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DOCUMENTO 5207. OFICIO DE BOLÍVAR PARA EL VICEPRESIDENTE DE COLOMBIA, FECHADO EN SAN CRISTÓBAL EL 22 DE DICIEMBRE DE 1820, DONDE LE PARTICIPA SU DECISIÓN DE TRASLADARSE A QUITO, VISTOS LOS ÚLTIMOS SUCESOS FELICES ALLÍ OCU­RRIDOS, Y REITERÁNDOLE ORDENES DE CAMBIAR EL GOBIER­NO DE COLOMBIA A EL ROSARIO DE CUCUTA.*

Cuartel general de San Cristóbal, a 22 de diciembre de 1820.

Al Excmo. señor Vicepresidente de la República de Colombia. (Juan Germán Roscio).

Después de haber situado convenientemente los cuerpos del ejército en las provincias de Mérida, Trujillo y Barinas, asegurado por aquella parte el cumplimiento del tratado de armisticio, provisto a la subsistencia y seguridad de las tropas y tomadas las disposicio­nes preparatorias que deben ejecutarse durante la suspensión de hostilidades para abrir la campaña con ventaja, si nuestras esperan­zas de celebrar la paz quedaren burladas, creo de absoluta necesidad trasladarme al departamento de Quito donde nuestros últimos su­cesos militares, reanimando el espíritu público, han empezado a producir los más brillantes efectos.

Por el boletín de Bogotá, que dirigí a V.E. desde Barinas, habrá V.E. sabido que la ciudad y provincia de Guayaquil, subleván­dose contra sus opresores, proclamó su independencia y libertad; nuestro ejército del Sur debió aprovechar la ocasión que le ofrecía aquella insurrección para estrechar al enemigo y debió con su marcha ir a proteger la libertad de Guayaquil y de los demás pue­blos que hubiesen seguido su heroico ejemplo. En efecto, el señor general Valdés se movió de la provincia del Cauca sobre Pasto y habrá continuado sus operaciones hasta que reciba los despachos y órdenes en que se le manda suspender las hostilidades. Probable mente aquellas comunicaciones irán a alcanzarle a las puertas de Quito, colocándolo en la terrible alternativa de abandonar tal vez sus ventajas o de pasar por el dolor de dejar expuesta la provincia de Guayaquil al resentimiento y venganza de sus enemigos, por no haber podido abrir aún la comunicación directa con ella. Tantas dificultades, y las que naturalmente presenta la demarcación de límites en un vasto departamento, que han invadido a la vez por el Norte nuestro ejército del Sur, y por el sur una fuerte columna de Guayaquil, harían impracticable la suspensión de armas conve­nida con el enemigo y nos expondrían a ser tachados de mala fe, si personalmente no fuese yo mismo a superar y allanar los obstácu­los combinando los intereses y el bien de la República con nuestro honor y crédito nacional.

Como en el tratado de armisticio no pudieron preverse las singulares y extraordinarias circunstancias ocurridas en Quito, y como no están las provincias que se hayan libertado en aquel departa­mento incorporadas aún por su voluntad expresa a la República de Colombia, los embarazos para la suspensión de armas se multi­plican y exigen una grande diferencia en la inteligencia del tra­tado que debe modificarse en lo posible para que sea aplicable a aquel país.

A estas consideraciones debo añadir la necesidad de acercarme al ejército de Chile, libertador del Perú, que desembarcado en Pisco, desde el 8 de septiembre pasado, ha empezado en el mes de octubre sus operaciones activas sobre Lima. Según las noticias últimas, los españoles concentrados en la capital habían abandonado todo el Sur del virreinato a merced del ejército libertador, cuyas posi­ciones se adelantaban sobre la capital. Que haya sido o no libertado del todo el Perú, V.E. sabe cuan importante es establecer y estre­char nuestras relaciones con las Repúblicas del Sur y combinar con ellas nuestras operaciones militares; aun cuando no se fundase mi marcha a Quito, sino en esta razón, sería ella sola bastante pode­rosa para decidirme a emprenderla.

Por grandes y complicadas que sean las atenciones que me llaman a Quito, me lisonjeo con la esperanza de que podré desembarazarme de ellas y volver a este departamento en el término del armisticio. Las hostilidades no pueden renovarse sino a fines del mes de mayo y en todo aquel mes estaré yo al frente del ejército, que dejo acuartelado desde los valles de Cúcuta hasta Barinas y Trujillo. El señor general Urdaneta, que lo manda, y el señor ge­neral Páez que manda el de Apure, han recibido ya las órdenes y están entendidos del plan de campaña que debe ejecutarse, llegado el caso de un rompimiento o el de que algún accidente me retenga en Quito más de lo que espero.

Sin embargo de esto, para asegurar más el resultado de las operaciones y para que puedan éstas modificarse o alterarse por otro nuevo plan, si la variación de las circunstancias lo exigiere, confiero y delego a V.E. toda la facultad y poder militar necesario para que dirija la guerra en todo el departamento de Venezuela durante mi ausencia, reservándome solamente la facultad de conferir grados militares y de dirigir yo mismo las operaciones en Quito y Cundinamarca, que están más a mi alcance. V.E. recibirá del ministerio de la guerra las noticias que necesita para conocer la situación, fuerzas y posiciones de los diferentes cuerpos de ejército que obran en Venezuela, y V.E. les librará sus órdenes y se entenderá con ellos por el conducto del señor coronel Bartolomé Salom, sub­jefe del estado mayor general, que está nombrado jefe del estado mayor general del departamento en que dirige V.E. la guerra.

Tomo esta ocasión por muy oportuna para renovar a V.E. las órdenes anteriores de que se traslade el gobierno general de la República a la Villa del Rosario de Cúcuta. V.E. debe venir a establecerse en ella con los ministros, así para estar más al alcance de dirigir la guerra en el occidente de Venezuela, que es donde presentan más importancia las operaciones, como para activar la instalación del congreso general y aprovechar la apertura del puerto de Maracaibo, para enviar, recibir y establecer fácilmente las rela­ciones exteriores.

Dios guarde a V.E. muchos años.

BOLÍVAR

* De un impreso moderno. "Cartas del Libertador" (Fundación John Boulton), tomo XII, págs. 224-226.

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