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DOCUMENTO 7572. CARTA DE BOLÍVAR PARA SANTANDER, FECHADA EN QUITO EL 3 DE JULIO DE 1823, EN LA CUAL SE REFIERE A LOS SUCESOS DE PASTO Y A LOS PLANES QUE PREPARA PARA DESTRUIR A LOS REBELDES. PASA DESPUÉS A DISCUTIR LA SITUACIÓN DEL PERÚ Y FORMULA APRECIACIONES AL RESPECTO.*

Quito, 3 de julio de 1823.

Excmo. Señor General Santander.

Mi querido General:

Imagínese usted el conflicto en que yo estaré, habiéndose levantado los pastusos el 12 de junio, y habiendo entrado Canterac en Lima en 19 del mismo mes. Los pastusos derrotaron 600 hombres nuestros que tenía Flores en su país, y nos tomaron las armas y las municiones etc., según todas las noticias que hay: ellos tenían antes 200 fusiles y más de 600 hombres; quiere decir que estos determinados malvados pueden invadir la provincia de Quito, y tomarla si yo mismo no me les opongo con dos pequeños escuadrones y los pocos veteranos que nos quedan de Yaguachi y Vargas. Por supuesto que he traído 1.700 fusiles de Guayaquil con 300 veteranos, y se están levantando todas las milicias del país para quitarles la provincia de los Pastos, y después pasar el Guáitara, que es lo más difícil de todo, con gente de Bochalema [1] Llevaré cuatro piezas de cañón, zapadores y un buen oficial de ingenieros que hay aquí, para observar las reglas de la guerra con más exactitud que nunca, porque las circunstancias lo demandan así, pues si tenemos un revés, se unen los pastusos con los enemigos del Perú, y llegan hasta Popayán, sin contar para nada Morales y sus tropas, que de ese caballero nada sé.

He tomado cuantas medidas ha dictado el caso, y espero que será con fruto. El pueblo de este departamento ha mostrado mucho patriotismo; principalmente los ricos se han mostrado dignos colombianos; así espero que lograremos destruir a Pasto. Ahora vamos a otra cosa.

El Perú tiene quince mil hombres nuestros, están sin cabeza porque yo no estoy allá. El pueblo, el congreso y el ejército, todos me claman, pero yo no puedo ir porque no tengo permiso del congreso de Colombia, y porque estos malditos pastusos nos quieren quemar la casa. Mas, imagínese usted mi perplejidad viéndome distraído por 600 bárbaros, cuando 15.000 soldados me llaman a los más gloriosos triunfos; aseguro a usted que mi desesperación es igual a la rareza del caso. El General Sucre tiene la orden de embarcarse en el Callao, y de irse a reunir a Arequipa con las tropas del Perú y de Chile; llevará consigo 4.000 veteranos buenos, de los cuales 3.000 colombianos, si ha recibido mis últimas órdenes, pero si está por las penúltimas que llevó O’Leary, sólo llevará 2.000 colombianos y los demás aliados.

El hecho es que en Arequipa se van a reunir 12.000 hombres, en tanto que el enemigo no tiene por aquella parte más que 3.000 de toda arma y calidad. Desde luego nuestro ejército debe tomar el Cuzco y el Potosí, y decidir la suerte del Perú por consiguiente. Sólo un suceso inesperado puede cambiar este efecto saludable. Santa Cruz llevó 5.500 hombres, que dicen haber llegado a los Intermedios. De Chile salían 3.000 en todo junio y llegarían junto con Santa Cruz. Los 4.000 que lleva Sucre completan los 12.000. En tanto que en Callao y cercanías de Lima quedan más de 3.000 veteranos, y poco menos milicianos. El pueblo parece muy patriota en todo, y todas las ventajas parecen también por los patriotas. El ejército real no tiene más que 2.000 españoles, y el resto de indios de la Sierra del Cuzco, que mueren o desertan al llegar a la costa. Por de contado Canterac debe perder su ejército, permaneciendo en Lima, o retrocediendo al Cuzco: en el primer caso por las enfermedades y deserciones, y en el segundo por las marchas y deserciones, y después de todo porque se encontrará con nuestro ejército en posesión de todos sus recursos. Todo esto quiere decir (si Dios no quiere otra cosa) que la maniobra de Canterac ha forzado a la fortuna a decidirse contra él, por las reglas de la probabilidad y por los cálculos del arte: es verdad que las contingencias militares pueden alterar este resultado feliz, porque el mar y sus contingencias, los aparentes sucesos, los tumultos de los casos semejantes, la desorganización que resulta de una capital invadida, y los intereses cruzados de muchos cuerpos extraños entre sí, pueden influir en los decretos del destino. Para que este destino cumpliese su voluntad, bien señalada en el día, debería estar yo a su lado para servirle de ministro. Sucre tiene todo, pero no tiene mi autoridad ni mi nombre, aunque algo lo representa por ser el órgano de mi voluntad, y porque el gobierno del Perú está absolutamente sometido a mis designios.

Todo esto reunido, y mil otras observaciones que me es imposible extender en este papel, me hacen decidir y titubear a la vez, ya mi marcha a Pasto, ya mi marcha al Perú. Por el norte el fuego está muy inmediato, aunque pequeño, por el sur el incendio es grande, pero puede apagarse con sólo mi presencia. Todos los elementos están allí reunidos, pero únicamente un golpe falta. Aquí también tenemos elementos contra los enemigos, y a mí me parece que yo falto si me voy como lo estoy ansiando.

Cuanto he dicho a usted hasta aquí, es sin haber recibido más que el parte de la entrada de los enemigos en Lima el 19 de junio. De Lima ni del Callao he recibido una sola letra. El edecán O’Leary debe venir hoy mismo con detalles y pliegos, y entonces mi resolución será verificada por los datos que reciba. Usted será instruido de todo, sea con copias u originales, de las comunicaciones que me vengan. Todo lo que sé hasta ahora es vagamente; y me apresuro a escribir de antemano para tener adelantada esta parte de mis observaciones y conceptos.

El Capitán Zorro [2], que acaba de llegar del Perú, va a llevar estos pliegos (no le dé usted más grado que el que tiene, pues ha recibido dos en menos de un año), y es algo chismoso aunque muy activo para andar. El contará a usted todo lo que sepa y haya sabido y visto en Lima antes de su salida, que fue antes de la llegada de los enemigos; mas ya todo estaba determinado de antemano.

Lo que más importa en todo esto es que usted nos mande los 3.000 hombres que le he pedido tantas veces, organizados en cuerpos y armados; pero si esto no se puede, que vengan desorganizados y de cualquier modo que sea. Necesitamos también de 3.000 fusiles más, y de mucho plomo para hacer balas de fusil. Lo demás se puede suplir por acá. Quiero decir equipo y pólvora tenemos la suficiente si la sacamos del Callao, y la construimos por acá. La suerte de la guerra es contingente y exige medidas previas. Arrasa usted con las costas del norte, tomando de cualquier modo que sea reclutas que vengan al Istmo y San Buenaventura, si no hubiere otra vía más fácil que esta última. Crea usted, mi querido general, que estos 3.000 hombres y estos 3.000 fusiles son indispensables, y el plomo por añadidura, como seiscientos quintales por lo menos. Repito pues que con 3.000 reclutas, 3.000 fusiles y trescientos quintales de plomo, se puede defender el sur por ahora; y vuelvo a repetir que vengan como vinieren serán bien recibidos.

¡Qué bonitos estamos! El sur invadido; el norte cortado: sin veteranos, sin comunicaciones para recibir de allá las noticias políticas y militares, y sin que usted pueda recibir esta inmensa noticia para que tome sus medidas y el congreso sus resoluciones. Pocas veces he estado en situación más interesante y rara: no la llamo crítica porque la palabra es común, ni peligrosa porque también puede tener sus grandes ventajas. Mi corazón fluctúa entre la esperanza y el cuidado: montado sobre las faldas del Pichincha, dilato mi vista desde las bocas del Orinoco hasta las cimas del Potosí, este inmenso campo de guerra y de política ocupa fuertemente mi atención y me llama también imperiosamente cada uno de sus extremos, y quisiera, como Dios, estar en todos ellos. Lo peor es que no estoy en ninguna parte, pues ocuparme de los pastusos es estar fuera de la esfera de la gloria, y fuera del campo de batalla. ¡Que consideración tan amarga! Solamente mi patriotismo me la hiciera soportar sin romper las miserables trabas que me detienen.

Soy de usted, mi querido amigo, su afectísimo de corazón.

BOLÍVAR

*De un impreso moderno. "Archivo Santander", tomo X, pág. 267.

Notas

[1] Bochalema, villa de Colombia. Norte de Santander.

[2] Capitán Zorro. Debe tratarse del prócer bogotano Ignacio Zorro, que se caracterizó por su celo en la defensa de la patria.

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