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DOCUMENTO 1175. DEL ORIGINAL, O.C.B, CARTA DEL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR PARA EL GENERAL JOSÉ ANTONIO PÁEZ, FECHADA EN LIMA, EL 8 DE AGOSTO DE 1826, DONDE LE NOTIFICA SU PREOCUPACIÓN ANTE LOS ÚLTIMOS ACONTECIMIENTOS QUE HAN OCURRIDO EN VENEZUELA.

LIMA, 8 DE AGOSTO DE 1826.

A.S.E El General José Antonio Páez

Mi Querido General.

Vd. me mandó ahora meses al señor Guzmán para que me informase del estado de Venezuela y Vd. mismo me escribió una hermosa carta en que decía las cosas como eran. Desde esa época todo ha marchado con una celeridad extraordinaria. Los elementos del mal se han desarrollado visiblemente. Diez y seis años de amontonar combustibles van a dar el incendio que quizás devorará nuestras victorias, nuestra gloria, la dicha del pueblo y la libertad de todos. Yo creo que bien pronto no tendremos más que cenizas de lo que hemos hecho.

Algunos de los del congreso han pagado la libertad con negras ingratitudes y han- pretendido destruir a sus libertadores. El celo indiscreto con que Vd. cumplía las leyes y sostenía la autoridad pública debía ser castigado con oprobio y-quizás con pena. La imprenta, tribunal espontáneo y órgano de la calumnia, ha desgarrado las opiniones y los servicios de los beneméritos. Además ha introducido el espíritu de aislamiento en cada individuo, porque, predicando el escándalo de todos, ha destruido la confianza de todos.

El ejecutivo, guiado por esta tribuna engañosa y por la reunión desconcertada de aquellos legisladores, ha marchado en busca de una perfección prematura, y nos ha ahogado en un piélago de leyes y de instituciones buenas, pero superfluas por ahora. El espíritu militar ha sufrido más de nuestros civiles que de nuestros enemigos; se le ha querido destruir hasta el orgullo: ellos deberían ser mansos corderos en presencia de sus cautivos y leones sanguinosos delante de los opresores, pretendiendo de este modo una quimera, cuya realidad sería muy infausta. Las provincias se han desenvuelto en medio de este caos.

Cada una tira para sí la autoridad y el poder; cada una deberla ser el centro de la nación. No hablaremos de los demócratas y de los fanáticos; tampoco diremos nada de los colores, porque al entrar en el hondo abismo de estas cuestiones, el genio de la razón iría a sepultarse en él como en la mansión de la muerte. ¿Qué no deberemos temer de un choque tan violento y desordenado de pasiones, de derechos1, de necesidades y de principios? El caos es menos espantoso que su tremendo cuadro, y aunque apartemos la vista de él, no por eso lo alejaremos ni dejará de perseguirnos con todavía saña de su naturaleza.

Crea Vd., mi querido general, que un inmenso volcán está a nuestros pies, cuyos síntomas no son poéticos sino físicos y harto verdaderos.

Nada me persuade que podamos franquear la suma prodigiosa de dificultades que se nos ofrece. Estábamos como por milagro sobre un punto de equilibrio casual, como cuando dos olas enfurecidas se encuentran en un punto dado y se mantienen tranquilas apoyadas una de otra y en una calma que parece verdadera aunque instantánea. Los navegantes han visto muchas veces este original. Yo era este punto dado, las olas Venezuela y Cundinamarca, el apoyo se encontraba entre los dos, y el momento acaba de pasarse en el periodo constitucional de la primera elección. Ya no habrá más calma ni más olas ni más punto de reunión que forme esta prodigiosa calma. Todo va a sumergirse al seno primitivo de la creación: la materia. Sí, la materia, digo, porque todo va a volverse a la nada.

Considere Vd., mi querido general, quién reunirá más los espíritus; quién contendrá las clases oprimidas. La esclavitud romperá el yugo; cada color querrá el dominio, y los demás combatirán hasta la extinción o el triunfo. Los odios apagados entre las diferentes secciones volverán al galope, como todas las cosas violentas y comprimidas. Cada pensamiento querrá ser soberano, cada mano empuñar el bastón, cada toga la vestirá el más turbulento. Los gritos de sedición resonarán por todas partes. Y lo que todavía es más horrible que todo esto es que cuanto digo es verdad. Me preguntará Vd. ¿qué partido tomaremos? ¿En qué arca nos salvaremos? Mi respuesta es muy sencilla: "mirad el mar que vais a surcar con una frágil barca cuyo piloto es tan inexperto". No es amor propio ni una convicción íntima y absoluta la que me dicta este recurso: es si falta de otro mejor. Pienso que si la Europa entera se empeñase en calmar nuestras tempestades, no haría quizás más que consumar nuestras calamidades. El congreso de Panamá, institución que debiera ser admirable si tuviera más eficacia, no es otra cosa que aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder será una sombra y sus decretos meros consejos: nada más.

Se me ha escrito que muchos pensadores desean un príncipe con una constitución federal. Pero ¿adónde está el príncipe? ¿y qué división política producirla armonía? Todo esto es ideal y absurdo. Vd. me dirá que de menos utilidad es mi pobre delirio legislativo, que encierra todos los males. Lo conozco; pero algo he de decir por no quedarme mudo en medio de este conflicto. La memoria de Guzmán dice mil bellezas pintorescas de este proyecto. Vd. la leerá con admiración, y sería muy útil que Vd. se persuadiese por la fuerza de la elocuencia y del pensamiento, pues un momento de entusiasmo suele adelantar la vida política. Guzmán extenderá a Vd. mis ideas sobre este proyecto. Yo deseara que, con algunas ligeras modificaciones, se acomodara el código boliviano a estados pequeños enclavados en una vasta confederación. Aplicando la parte que pertenece al ejecutivo, al gobierno general; y el poder electoral, a los estados particulares, pudiera ser que se obtuviesen algunas ventajas de más o menos duración, según el espíritu que nos guiara en tal laberinto.

Desde luego, lo que más conviene hacer es mantener el poder público con vigor para emplear la fuerza en calmar las pasiones y reprimir los abusos, ya con la imprenta, ya con los pulpitos, y ya con las bayonetas.

La teoría de los principios es buena en las épocas de calma; pero cuando la agitación es general, teorías sería como pretender regir nuestras pasiones por las ordenanzas del cielo, que, aunque perfectas, no tienen conexión algunas veces con las aplicaciones.

En fin, mi querido general, el señor Guzmán dirá a Vd. todo lo que omito aquí por no alargarme demasiado en un papel que se queda escrito aunque varíen mil veces los hechos.

Hace cien días que ha tenido lugar en Valencia el primer suceso de que ahora nos lamentamos, y todavía no sabemos lo que Vd. ha hecho y lo que ha ocurrido en ese país: parece que está encantado.

Confieso a Vd. francamente que tengo muy pocas esperanzas de ver restablecer el orden en Colombia, tanto más que yo me hallo sumamente disgustado de los acontecimientos y de las pasiones de los hombres. Es un verdadero horror al mando y aun al mundo el que se ha apoderado de mí. Yo no sé qué remedio pueda tener un mal tan extenso y tan complicado. A mis ojos la ruina de Colombia está consumada desde el día en que Vd. fue llamado por el congreso.

Adiós, querido general, Dios ilumine a Vd. para que salga ese pobre país de la muerte que lo amenaza.

Soy de Vd. amigo de corazón.

BOLÍVAR.

P. D. —Después de cerrada esta carta he tenido que abrirla para participar a Vd. que en este instante acabo de saber que los señores Urbaneja e Ibarra, comisionados por Vd. cerca de mí, llegaron a Payta, y se volvieron a Guayaquil creyéndome allí: ellos me han escrito participándome el objeto de su misión, y ella es de tal naturaleza que ya me preparo a embarcarme para Guayaquil a donde siempre he pensado encaminarme, aun cuando no hubiese recibido este aviso.

Véase el borrador atrás, con fecha 4 de agosto. En la versión de la "Autobiografía de Páez", I, 310, faltan algunas líneas en el cuarto párrafo. Tiene además dos o tres palabras equivocadas.

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