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DOCUMENTO 1165. DEL BORRADOR, O.C.B, CARTA DEL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR PARA EL GENERAL JOSÉ ANTONIO PÁEZ, FECHADA EN LIMA EL 4 DE AGOSTO DE 1826, COMENTA DIVERSOS ASPECTOS DE LA SITUACIÓN DE COLOMBIA.

LIMA 4 DE AGOSTO DE 1826.

(A S. E. EL GENERAL JOSÉ ANTONIO PÁEZ).

Mí Querido General:

Vd. me mandó ahora meses al señor Guzmán para que me informase del estado de Venezuela y Vd. mismo me escribió una hermosa carta en que decía las cosas como eran. Desde esa época todo ha marchado con una celeridad extraordinaria, los elementos del mal se han desarrollado visiblemente. Dieciséis años de amontonar combustibles van a dar el incendio que quizás devorará nuestras victorias, nuestra gloria, la dicha del pueblo y la libertad de todos. Yo creo que bien pronto no tendremos más que cenizas de lo que hemos hecho.

Alguno de los del congreso, compuesto de los que fueron esclavos de Morillo, han pagado la libertad con negras ingratitudes y han pretendido destruir a sus libertadores. Vd. era la primera víctima que se ofrecía a sus ojos. El celo indiscreto con que Vd. cumplía las leyes y sostenía la autoridad pública debía ser castigado con oprobio y quizás con pena. La imprenta, tribunal espontáneo y órgano de los pensamientos ajenos, ha desgarrado las opiniones y los servicios de los beneméritos: además ha introducido el espíritu de aislamiento en cada individuo, porque, predicando el escándalo de todos, ha destruido la confianza de todos.

El ejecutivo, guiado por esta tribuna engañosa, y por la reunión desconcertada de aquellos legisladores, ha marchado en busca de una perfección prematura y nos ha ahogado en un piélago de leyes y de instituciones buenas, pero superfluas por ahora. El espíritu militar ha sufrido más de nuestros civiles que de nuestros enemigos: se le ha querido destruirle hasta el orgullo: ellos deberían ser mansos corderos en presencia de sus cautivos y leones sanguinosos delante de los opresores, pretendiendo de este modo una quimera, cuya realidad sería muy infausta. Las provincias se han desenvuelto en medio de este caos.

Cada una tira para si la autoridad y el poder; cada una debería ser el centro de la nación. No hablaremos de los demócratas y de los fanáticos; tampoco diremos nada de los colores, porque al entrar en el hondo abismo de estas cuestiones el genio de la razón iría a sepultarse en él como en la mansión de la muerte. ¿Qué no deberemos temer de un choque tan violento y desordenado de pasiones, de derechos, de necesidades y de principios? El caos es menos espantoso que ese tremendo cuadro: y aunque apartemos la vista de él, no por eso lo alejaremos ni dejará de perseguirnos con toda la saña de su naturaleza.

Crea Vd., mi querido general, que un inmenso volcán está a nuestros pies, cuyos síntomas no son poéticos sino físicos y harto críticos. Nada me persuade que podamos franquear la suma prodigiosa de dificultades que se nos ofrece. Estábamos como por milagro sobre un punto de equilibrio casual, como cuando dos olas enfurecidas se encuentran en un punto dado y se mantienen tranquilas apoyada una de otra y en una calma que parece verdadera aunque instantánea. Los navegantes han visto muchas veces este original. Yo era este punto dado, las olas Venezuela y Cundinamarca, el apoyo se encontraba entre los dos, y el momento acaba de pasarse en el período constitucional de la primera elección. Ya no habrá más calma ni más olas ni más punto de reunión que forme esta prodigiosa calma: todo va a sumergirse al seno primitivo de la creación, de la materia. Si, de la materia, digo, porque todo va a volverse nada. Considere Vd., mi querido general, quién reunirá más los espíritus, quién contendrá las clases oprimidas.

La esclavitud romperá el yugo; cada color querrá el dominio, y los demás combatirán hasta la extinción o el triunfo. Los odios apagados entre las diferentes secciones volverán al galope, como todas las cosas violentas y comprimidas. Cada pensamiento querrá ser soberano, cada mano empuñar el bastón, cada espada manejada por el primer ambicioso, cada toga la vestirá el más turbulento. Los gritos de sedición resonarán por todas partes. El trueno de la destrucción ha dado la señal. Y lo que todavía es más horrible que todo esto es que cuanto digo es verdad. Me preguntará Vd. ¿qué partido tomaremos?

¿En qué arca nos salvaremos? Mi respuesta es muy sen­cilla: "mirad el mar que vais a surcar con una frágil barca cuyo piloto es tan inexperto". No es amor propio ni una convicción íntima y absoluta la que me dicta este recurso. Es, si, la falta de otro mejor. Pienso que la Europa entera si se empeña en calmar nuestras tempestades, no haría quizás más que consumar nuestras calamidades. El congreso de Panamá, institución que debiera ser admirable si tuviera más eficacia, no es otra cosa que aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder será una sombra y sus decretos, consejos: nada más.

Se me ha escrito que muchos pensadores desean un príncipe con una constitución federal. Pero ¿dónde está el príncipe? ¿y qué división política producirá armonía? Todo esto es ideal. Vd. me dirá que de menos utilidad es mi pobre delirio legislativo, que encierra todos los males como la Caja de Pandora. Lo conozco, pero algo he de decir por no que darme mudo en medio de este conflicto. La memoria de Guzmán dice mil bellezas pintorescas de este proyecto. Vd. la leerá con admiración y sería muy útil que Vd. se persuadiese por la fuerza de la elocuencia y del pensamiento, pues un momento de entusiasmo suele adelantar la vida política como la física. Guzmán extenderá a Vd. mis ideas sobre este proyecto. Llego a desear que, con algunas ligeras modificaciones, podría acomodarse el código boliviano a estados pequeños como Venezuela, enclavados en una vasta confederación.

Aplicando la parte que pertenece al ejecutivo, al gobierno general; y el poder electoral, a los estados particulares, puede ser que con esto se obtengan algunas ventajas de más o menos duración, según el espíritu que nos guíe en tal laberinto.

Desde luego lo que más conviene hacer es mantener el poder público con vigor para emplear la fuerza en calmar las pasiones y reprimir los abusos ya con la imprenta, ya con los pulpitos, y ya con las bayonetas.

La teoría de los principios es buena en las épocas de calma, pero cuando la agitación es general la teoría seria un absurdo, como pretender regir nuestras pasiones por las ordenanzas del cielo que, aunque perfectas, no tienen conexión algunas veces con las aplicaciones.

En fin, mi querido general, el señor Guzmán dirá a Vd. todo lo que omito aquí por no alargarme demasiado en un papel que siempre queda escrito aunque se varíen mil veces los hechos.

Este borrador está escrito de puño y letra de Bolívar. La carta fue expedida con fecha 8 de agosto. Se reproduce más adelante porque no es exactamente igual al borrador.

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