Kingston, 19 de mayo de 1815. Al señor Maxwell Hyslop.
Muy señor mío:
Tengo el honor de dirigir a V. la ligera relación de los últimos sucesos de la Nueva Granada [1]] y del estado actual de la Costa Firme. No me lisonjeo de tener la exactitud que requiere la importancia de los conocimientos [2]], que V. se ha servido pedirme para la ilustración de sus negociaciones privadas. Después de la nueva subyugación de Venezuela por nuestros enemigos los españoles, yo pasé a la Nueva Granada a ponerme a la cabeza de una división de tropas venezolanas que marchó a la capital de Santafé [3]], por disposición del Congreso [4]], a reducirla al orden constitucional, del cual se había separado Cundinamarca [5]] En aquella provincia mi pequeña división recibió un grande aumento de hombres, vestidos y dinero. Fui destinado con este cuerpo a tomar en Cartagena [6]] armas y municiones suficientes para libertar a Santa Marta [7]] y Venezuela. Por una desgracia frecuente en las revoluciones, en Cartagena existían dos partidos, el uno moderado e indiferente, el otro era exaltado contra los españoles realistas. El primero triunfó del segundo, porque el general de las tropas [8]] sitió a la ciudad y destruyó a los que se titulan patriotas, por excelencia. Mientras tanto yo fui nombrado capitán general de los ejércitos de la Nueva Granada y vine a Cartagena a tomar el mando de las fuerzas militares. El General Castillo [9]], que se hallaba a la cabeza de estas fuerzas, sin desconocer la autoridad del gobierno y la mía, se denegó a cumplir con su deber como subalterno, y no permitió que yo tomase posesión de la plaza, de las armas y del ejército de Cartagena. La causa de esta rebelión fue el justo temor que tuvo de ser juzgado regularmente por su conducta subversiva en el aniquilamiento del partido liberal de Cartagena. En esta situación yo agoté los medios de conciliación para evitar la guerra civil, como se verá por los documentos auténticos que publicaré en justificación de mis operaciones. Dolorosamente la guerra civil tuvo lugar, y las tropas de mi mando se acercaron a Cartagena con el objeto real de hacer ceder a los facciosos que se sostenían tenazmente, adheridos a sus criminales e impolíticas negativas. Previendo yo que los enemigos [10]] emplearían sus fuerzas en ocupar la provincia de Cartagena, a tiempo que nuestras hostilidades intestinas les presentaban la oportunidad de hacerlo impunemente; previendo yo, digo, este caso, propuse a la ciudad de Cartagena abandonar el sitio para marchar contra los enemigos aun sin los auxilios más indispensables para la guerra. La respuesta final, después de más de cuarenta días fue, en substancia, que no solamente no se nos auxiliaría jamás, sino que se nos hostilizaría siempre. Entonces yo conocí que nuestra situación se hacía cada vez [11]] más peligrosa por el cúmulo de circunstancias que nos rodeaban y, en consecuencia, me determiné a resignar el mando, a fin de evitar que la plaza de Cartagena cooperase con los enemigos contra nosotros, y, por el contrario, se sirviese de mis tropas para su propia defensa, porque era inevitable la caída de aquella ciudad en manos de los españoles, si yo persistía más tiempo en la pretensión de hacerla entrar en su deber. Esta desgracia habría arrastrado tras sí otras muchas, y así yo preferí abandonar un país, en que siempre había servido con utilidad pública, y en el cual mi existencia, por el momento, habría sido una causa inmediata de nuevos disturbios. Por otra parte, el estado de la Nueva Granada y Venezuela no me presentaba esperanzas fundadas de triunfos, y me hacía temer mucho, sucesos que deshonrarían nuestras armas y sacrificarían al país, sucesos que me serían después atribuidos, sin que tuviese en ellos más parte que la de ser la primera víctima.
Venezuela ocupada por las armas españolas pone a la Nueva Granada en la necesidad de defender una línea de más de cuatrocientas leguas por aquella parte; por consecuencia, sus tropas deberían ser relativas a su extensión; pero no es así: la Nueva Granada sólo mantiene seis mil hombres que, esparcidos en sus fronteras, son imperceptibles. En la Provincia de Pamplona [12]] guarnecen a Cúcuta [13]] mil hombres; en la de Popayán [14]] mil y seiscientos; en [15]] Cartagena dos mil y quinientos, y quinientos en la capital de Santafé. Con estas tropas no se puede ni aun imaginar la defensa de tan vastas posesiones.
Los españoles de Venezuela habían destinado contra las provincias limítrofes de Casanare [16]] y Pamplona cinco o seis mil hombres, con el objeto de internarse hasta Santafé por el Sur, y ponerse en comunicación por el Norte con Santa Marta; estas operaciones [17]] han sido suspendidas, sin duda, por la esperanza de ejecutarlas de un modo cierto y estable con el ejército que acaba de llegar de España a la Costa-Firme [18]] bajo las órdenes del general Morillo [19]]. Ya nuestros enemigos poseen la capital de Casanare [20] provincia granadina; poseen el río del Magdalena [21]] porque se han apoderado de ambas riberas y de las cañoneras que mantenían expedita la comunicación y el comercio en la Nueva Granada. Reforzadas las tropas españolas de Venezuela y las de Santa Marta por cuatro o cinco mil hombres del general Morillo, es indubitable que restablecen el gobierno español desde las bocas del Orinoco [22]] hasta el reino de Quito [23]], que ellos también poseen, con fuerzas suficientes para ponerse en comunicación con las tropas españolas del Perú [24]] y obrar de concierto contra las de Buenos Aires [25]] que deben haber suspendido el curso de sus operaciones activas, temiendo el arribo de la expedición del general Morillo que se decía ser destinada contra el Río de la Plata.
En mi opinión, si el general Morillo obra con acierto y celeridad, la restauración del gobierno español en la América del Sur, parece infalible. Esta expedición española puede aumentarse, en lugar de disminuirse, en sus propias marchas. Ya se dice que en Venezuela han tomado tres mil hombres del país. Si no es cierto, es muy fácil, porque los pueblos, acostumbrados al antiguo dominio, obedecen sin repugnancia a estos tiranos inhumanos. Es verdad que el clima disminuirá las tropas europeas [26]] pero el país les dará reemplazos con ventajas; pues no debemos alucinarnos: la opinión de la América no está aún [27]] bien fijada, y aunque los seres que piensan son todos independientes, la masa general ignora todavía sus derechos y desconoce sus intereses.
Ya es tiempo, señor, y quizás ya es el último período en que la Inglaterra puede y debe tomar parte en la suerte de este inmenso hemisferio, que va a sucumbir, o a exterminarse, si una nación poderosa no le presta su apoyo, para sostenerlo en el desprendimiento en que se halla precipitado por su propia masa, por las vicisitudes de Europa y por las leyes eternas de la naturaleza.
¡Quizás un ligero socorro en la presente crisis bastaría para impedir que la América meridional no sufra devastaciones crueles y pérdidas enormes! ¡quizás cuando la Inglaterra pretenda volver la vista hacia la América, no la encontrará!
El comercio británico ha perdido en Venezuela siete millones de pesos anuales, a que montaban sus producciones en los tiempos más calamitosos. Ahora parece que volverá a ser privada la Inglaterra del comercio de la Nueva Granada, que ella ha hecho exclusivamente, y cuya exportación es en oro y en sumas muy considerables, de que no he podido adquirir conocimientos [28]] exactos, por el efecto de las circunstancias turbulentas; pero la pérdida incalculable que va a hacer la Gran Bretaña consiste en todo el continente meridional de la América, que, protegida por sus armas y comercio, extraería de su seno, en el corto espacio de sólo diez años, más metales preciosos que los que circulan en el universo. Los montes de la Nueva Granada son de oro y de plata; un corto número de mineralogistas explotarían más minas que bs del Perú y Nueva España. ¡Qué inmensas esperanzas presenta esta pequeña parte del Nuevo Mundo a la industria británica! No hablaré de las otras regiones que sólo esperan la libertad para recibir en su seno a los europeos continentales, y formar de la América en pocos años otra Europa con lo que la Inglaterra, aumentando su peso en la balanza política, disminuye rápidamente el de sus enemigos, que indirecta e inevitablemente vendrán aquí a hacer refluir sobre la Inglaterra una preponderancia mercantil y un aumento de fuerzas militares capaces de mantener el Coloso que abraza todas las partes del mundo.
Ventajas tan excesivas pueden ser obtenidas por los más débiles medios: veinte o treinta mil fusiles, un millón de libras esterlinas; quince o veinte buques de guerra; municiones, algunos agentes y los voluntarios militares que quieran seguir las banderas americanas; he aquí cuanto se necesita para dar la libertad a la mitad del mundo y poner al universo en equilibrio. La Costa Firme se salvaría con seis u ocho mil fusiles, municiones correspondientes y quinientos mil duros [29]] para pagar los primeros meses de la campaña. Con estos socorros pone a cubierto el resto de la América del Sur y al mismo tiempo se puede entregar al gobierno británico las provincias de Panamá [30]] y Nicaragua [31]] para que forme de estos países el centro del comercio del universo por medio de la apertura de canales, que, rompiendo los diques de uno y otro mar, acerque las distancias más remotas y haga permanente el imperio de la Inglaterra sobre el comercio.
He dicho ligeramente lo que me ha parecido convenir por ahora al comercio de la nación a que V. tiene el honor de pertenecer, y aunque hubiera deseado extenderme sobre las cosas más importantes a nuestros respectivos países, no he juzgado oportuno hacerlo hasta que las circunstancias no mejoren la causa americana.
Acepte V. los testimonios de más alta consideración y respeto de su obediente servidor.
SIMÓN BOLÍVAR.
* Archivo del Libertador, Vol. 45, folios 26-27. De una copia de letra del General Daniel F. O’Leary, que lleva al pie la siguiente mención: "Copied from the original / D.F. O’L[eary]". Sobre el destinatario, Maxwell Hyslop (1783-1857) y su hermano Wellwood Hyslop (1780-1845), comerciantes británicos de Jamaica que ayudaron al Libertador, véase la nota principal del Doc. N° 73, en la Correspondencia Personal. Cuando el Libertador escribía esta carta, hacía pocos días que se hallaba en Kingston, centro de la isla británica de Jamaica, adonde había llegado el 13 de mayo por la noche a bordo del buque de guerra británico "La Decouverte". Es de creer que desembarcaría el día siguiente, 14 de mayo.