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DOCUMENTO 7089. CARTA DE BOLÍVAR PARA SANTANDER, FECHADA EN QUITO, EL 6 DE DICIEMBRE DE 1822, EN LA CUAL SE REFIERE A LA POCA BUENA VOLUNTAD DEL PERÚ HACIA COLOMBIA DE­BIDO A LOS SUCESOS DE GUAYAQUIL. EL BATALLÓN "BOGOTÁ" SALE PARA PASTO PARA LOGRAR SU SUJECIÓN. SUS OPINIO­NES SOBRE MONTEAGUDO Y NECOCHEA Y SU EXTRAÑEZA POR LA ACTITUD NEGATIVA DEL PERÚ QUE CONSIDERA CARENTE DE GRATITUD.*

Quito, 6 de diciembre de 1822.

A S.E. el general F. de P. Santander,

Mi querido general:

Estos días estaba bastante fatigado, si es que yo puedo fatigarme en perseguir a los godos y en tomar medidas activas para ase­gurar la tranquilidad de este departamento, muy alterada con la insurrección de Pasto y la alarma de los patriotas que han temido mucho a los godos domésticos. Estos patriotas me han molestado bastante porque han tomado por pretexto de sus intrigas la existencia de los godos en el país: unos han querido los empleos que tienen los moderados, y otros se han quejado sordamente por las medidas de vigor que he tomado. Los habitantes del sur son los hombres más inconformes que he conocido; puedo asegurar a usted que me parecen hombres muy peligrosos porque no se entien­den entre sí ni quieren entenderse con nosotros. Pasto, Quito, Cuenca y Guayaquil son cuatro potencias enemigas unas de otras, y todas queriéndose dominar sin tener fuerza ninguna con qué poderse mantener, porque las pasiones interiores les despedazan su propio seno. En fin, aquí no puede obrar otra cosa que la fuerza, por las razones generales y por las particulares del país. El Perú se muestra muy rival de Colombia a causa del suceso de Guayaquil y de los guayaquileños que están en Lima; de suerte que si no hay una gran fuerza de Colombia en el sur, pronto tendremos nuestras fronteras en las montañas de Quindío y Guanacas: quiere decir esto, a los enemigos en el centro de la Nueva Granada, porque enemigos y extranjeros son sinónimos, bien sea el extranjero republicano o realista, pues que las enemistades entre naciones na­cen del deseo de preponderancia y no del sistema de gobierno. Con mucho deleite publican en Lima las bellas producciones de San Miguel y de El Insurgente. Ellos querrían vernos divididos o federados, que es la misma cosa, para dominarnos después. Yo estoy resuelto a no reconocer federación alguna, porque es contraria a la ley fundamental que me han hecho jurar y porque nadie tiene derecho (ni aún el pueblo mismo) a alterar todos los años el sistema social. Bien lo puede usted decir así a todo el mundo de mi parte, añadiendo que yo no serviré la presidencia sino en tanto que ejerzo las facultades ilimitadas que me concedió el congreso, porque estoy íntimamente convencido de que la república de Co­lombia no se gobierna con prosperidad y orden sino con un poder absoluto. Yo no tengo la culpa de que los españoles desde la eter­nidad hayan sido esclavos, y de que nosotros hayamos sido de los últimos en la escala de la esclavitud. Para Colombia se nece­sita un ejército de ocupación para mantenerla en libertad, como se necesitó en Francia para mantenerla en sujeción.

Mañana partirá de aquí el batallón de Bogotá para Pasto, a fin de lograr la sujeción de aquel territorio sin peligro y sin sangre, Yo partiré pasado mañana con ánimo de dar una buena dirección a la pacificación de Pasto, pues, con modo. Mucho deseo ir a saludar el congreso para descubrirle todo entero mi pensamiento; pero quizá no lo haré porque entre el Perú y Pasto no dejarán de darme ocupación este año y el que viene. Esto se pierde si yo me voy, y no aseguro que se salve estando yo aquí; sin embargo, es bien difícil que se pierda mientras yo conservo la energía de mi carácter. La gente principal del sur desea mucho que yo permanezca por acá y los indios también deben desearlo porque los trato bien, pero los que viven de su lengua son los que no me quieren porque saben que los llevo a paso de carga para no dejarlos reha­cerse contra Colombia. En Quito principalmente nos quieren los del alto y bajo pueblo, excepto los pretendientes a empleos y los conexionados con godos.

Me alegraría mucho de poder dar a usted un abrazo en principios del año que viene, y no desespero de hacerlo en el mes de febrero siempre que los alborotos y los enemigos me den tiempo para ello. Ciertamente deseo mucho ver a usted y al congreso para decirle mis cosas y darle mi testamento político para verlo cum­plir antes de mi muerte y para morirme sin sentimiento ninguno, dejando realizadas mis mandas de anarquías, divisiones, guerras y degollaciones; se entiende si el congreso lo quiere, porque en él depende el que yo sea o no profeta.

La cosa de Pasto no vale nada pero nos ha costado mucho porque nos ha hecho mover todos nuestros cuerpos, que desertarán en su territorio; para eso me estoy preparando para mandar reem­plazos al Istmo y que de allí me vengan hombres del Magdalena y de Panamá. La gente de este país no dura en las filas un día, a menos de que no sea para guarnecer sus propias ciudades o pue­blos. Los veteranos se llevan amarrados al enemigo y los milicianos van de mejor gana porque saben que sus servicios no pasarán de muchos días.

Tres correos de Bogotá hemos dejado de recibir y no dudo que traerán gruesas noticias de Morales y compañía. Quizá la última que venga será la mejor porque ya habrán destruido a ese buen hombre para entonces.

Me han asegurado que las tropas que estaban en Popayán se fueron por Bogotá, y también dicen que esta medida animó a los palíanos a levantarse, como también las mentiras que vienen del Perú las propagan los godos de este país. Han supuesto tantas desgracias en el Perú y tantas otras conmigo mismo, que no es po­sible imaginarlas, pero muchas se habrán creído.

Adiós, mi querido general.

Soy de usted de corazón su mejor amigo,

[BOLIVAR]

P. D.—He mandado con mucho empeño salir para Guayaquil a los diputados del congreso y creo que irá una gran parte.

He visto a Monteagudo y al general Necochea: el primero tiene talento y no me ha parecido muy reservado conmigo; piensa marchar a Bogotá. El segundo es un valiente y amable oficial y tiene mucho empeño en que yo vaya al Perú: ambos piensan que se pierde el Perú si yo no voy a salvarlo. Su congreso no quiere que yo mande ni aun refuerzos porque me han cogido miedo con el negocio de Guayaquil. Usted verá la respuesta que me ha dado aquel gobierno, indigna a la verdad de una sana política y de la gratitud que nos debían. El general La Mar no me ha contestado, como podía, una larga carta que le he escrito sobre los negocios de aquel país. El parece hombre consecuente y extraño su silencio.

Por mucho tiempo las correspondencias serán por Barbacoas y San Buenaventura.

Adiós otra vez.

* De un impreso moderno. "Correspondencia dirigida al General Santander", volumen II, págs. 343-345.

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