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DOCUMENTO 1268. DEL BORRADOR O.C.B. CARTA DEL LIBERTADOR SIMÓN BOLÌVAR AL PRESIDENTE DE CÁMARA DEL SENADO. FECHADA EN CARACAS EL 5 DE FEBRERO DE 1827, INFORMANDOLE QUE SU RENUNCIA IRREVOCABLE DEBE SER DEL CONOCIMIENTO PÚBLICO.

Caracas, 5 de febrero de 1827.

A S. E. EL PRESIDENTE DE LA HONORABLE CÁMARA DEL SENADO.

EXMO. SEÑOR:

En ninguna circunstancia era tan necesaria a la República la augusta autoridad del Congreso, como en la época en que los disturbios internos habían dividido los ánimos y aun conmovido toda la nación.

Llamado por V. E. para prestar el juramento de estilo como Presi­dente de la República vine a la capital, de donde me fue preciso salir prontamente para estos departamentos de la antigua Venezuela.

Desde Bogotá hasta esta ciudad he dado decretos tan importantes, que me atreveré a llamar de instante urgencia. V. E. se servirá recla­mar la atención del Congreso sobre ellos y de encarecerle de mi parte que los considere en su sabiduría. Si yo me he excedido de mis atri­buciones, es mía la culpa; pero yo consagro gustoso hasta mi inocencia a la salvación de la patria. Este sacrificio me faltaba, y yo me glorio de no haberlo ahorrado.

Cuando supe en el Perú, por aviso oficial, el nombramiento de Presidente de la República que el pueblo había hecho en mí, respondí al Poder Ejecutivo denegándome a aceptar la primera magistratura de la nación. Catorce años ha que soy Jefe Supremo y Presidente de la República; los peligros me forzaban a llenar este deber; no existen ya, y puedo retirarme a gozar de la vida privada.

Yo ruego al Congreso que recorra la situación de Colombia, de la América y del mundo entero: todo nos lisonjea. No hay un español en el continente americano. La paz doméstica reina en Colombia desde el primer día de este año. Muchas naciones poderosas reconocen nues­tra existencia política, y aun algunas son nuestras amigas. Una gran porción de los estados americanos están confederados con Colombia, y la Gran Bretaña amenaza a la España. ¡Qué más esperanzas! Sólo el arcano del tiempo puede contener la inmensidad de los bienes que la Providencia nos ha preparado: ella sola es nuestra custodia. En cuanto a mí, las sospechas de una usurpación tiránica rodean mi cabeza y turban los corazones colombianos. Los republicanos celosos no saben considerarme sin un secreto espanto, porque la historia les dice que todos mis semejantes han sido ambiciosos. En vano el ejemplo de Washington quiere defenderme, y, en verdad, una o muchas excepciones no pueden nada contra toda la vida del mundo oprimido siempre por los poderosos.

Yo gimo entre las agonías de mis conciudadanos y los fallos que me esperan en la posteridad. Yo mismo no me siento inocente de ambición: y, por lo mismo, me quiero arrancar de entre las garras de esta furia para librar a mis conciudadanos de inquietudes, y para asegurar después de mi muerte una memoria que merezca bien de la libertad. Con tales sentimientos, renuncio una, mil y millones de veces la presi­dencia de la República. El Congreso y el pueblo deben ver esta renuncia como irrevocable. Nada será capaz de obligarme a continuar en el servicio público después de haber empleado en él una vida entera. Y ya que el triunfo de la libertad ha puesto a todos en uso de tan sublime derecho ¿sólo yo estaré privado de esta prerrogativa? no; el Congreso y el pueblo colombiano son justos; no querrán inmolarme a la igno­minia de la deserción. Pocos días me restan ya; más de dos tercios de mi vida han pasado: que se me permita, pues, esperar una muerte oscura en el silencio del hogar paterno. Mi espada y mi corazón, siem­pre serán de Colombia; y mis últimos suspiros pedirán al cielo su felicidad.

Exmo. señor, yo imploro del Congreso y del pueblo colombiano la gracia de simple ciudadano. Dios guarde a V. E.

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