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DOCUMENTO 60. MINUTA DE LA SESIÓN TENIDA EL 16 DE JULIO DE 1810 ENTRE EL MARQUES WELLESLEY, SECRETARIO DE ESTADO DE S.M.B. PARA EL DEPARTAMENTO DE RELACIONES EXTE­RIORES, Y LOS COMISIONADOS DE LA JUNTA SUPREMA DE CARACAS EN APSLEY-HOUSE, LONDRES.*

Los Comisionados fueron recibidos en la antesala de S. S. por el Caballero Ricardo Wellesley, su hijo, y después de ser conducidos al despacho privado del Marqués, se sentaron a su insinuación, y el Marqués tomó la palabra diciendo que juzgaba inoportunos los procedimientos de Caracas, como que todos estaban apoyados sobre un supuesto falso, que era la pérdida absoluta de la España. "Jamás los asuntos de España habían presentado un aspecto más favorable: la animosidad de sus habitantes contra los franceses era en el día mayor que nunca; su Gobierno, activo; estrecha la unión entre las Provincias; grandes los recursos para sostener la buena causa; entre todas las partes de la Monarquía Española había sido única la Provincia de Venezuela en separarse del Gobierno Central estable­cido y reconocido. Sobre estos fundamentos S. S. no podía menos de hacer a los Comisionados una cuestión que consideraba de absoluta necesidad para mirar el objeto de la misión bajo su ver­dadero punto de vista: ¿Había sido la resolución de Caracas dictada por resentimientos accidentales contra los Magistrados que existían a la época de la revolución, y de consiguiente no tenía ésta otro objeto que el de solicitar la reforma de ciertos abusos de un modo compatible con el reconocimiento del Gobierno de Regencia; o bien la Provincia de Caracas estaba decidida a romper todos los vínculos que la habían unido con la Metrópoli y a erigirse en Pueblo Independiente? S. S. creía indispensable que se aclarase esta materia para saber en qué términos podía considerar el Gobier­no de S. M. B. la misión de Caracas y la respuesta que convenía dar a ella".

D. Simón de Bolívar contestó a S. S. que una exposición breve y sencilla de los hechos que habían sobrevenido en Caracas haría conocer mejor que todo el verdadero espíritu de su Gobierno. Reco­rrió la historia de los últimos acaecimientos de la Provincia desde la proclamación del actual soberano D. Fernando Séptimo; y mani­festó los términos con que había sido recibida la misión Francesa que llevó la noticia de la instalación de la nueva Dinastía en el trono Español. "El Gobierno de Caracas se manifestó muy pro­penso a reconocer las mutaciones hechas por Napoleón en los asuntos de España, al paso que el Pueblo sin saber aún la resolución de los habitantes de la Metrópoli, sin contar siquiera con la una­nimidad de las otras Provincias de América, ni aun con la protec­ción de Inglaterra, se levantó en masa a jurar eterna lealtad a su Soberano legítimo, guerra a la Francia y amistad a la Gran Bretaña. Eran notorios los esfuerzos que en aquella sazón hizo el Gobierno de Caracas para sofocar los sentimientos y resolución del Pueblo; pero por fin había tenido que acceder. El Capitán Beaver de la Fragata Inglesa La Acasta, que llegó inmediatamente después, presenció las ocurrencias posteriores, y deduciendo de ellas la opo­sición de sentimientos entre el Gobierno y el pueblo, salió tan ofendido del primero, como complacido con el segundo. Desde aquella época comenzó el Gobierno de Caracas a hacerse sospe­choso a los habitantes; creían éstos con razón que su seguridad estaba vendida en manos de unos Jefes tan adictos a la causa del Usurpador; y se formó entre los principales vecinos el proyecto de establecer con acuerdo del Capitán General una Junta subalterna de la Central, presidida por él, y destinada a velar sobre la seguri­dad de la Provincia. Mas el resultado de esta tentativa fue el de verse envueltos sus autores en un procedimiento opresivo, ilegal e ignominioso. Esperaba el Pueblo de Caracas que a lo menos serían desaprobadas por el Gobierno Supremo de España unas medidas tan ilegítimas y violentas, y se confirmó en esta opinión al ver conferida la Capitanía General a un nuevo Jefe. Pero este hombre estaba por desgracia sindicado de relaciones con el Partido francés; se había encontrado en Madrid a la época de la Capitulación y de consiguiente estaba juramentado a Joseph Bonaparte. La entrada de las tropas francesas en las Andalucías y la toma de Sevilla preci­pitó entonces la resolución que el Pueblo de Caracas había de antemano concebido para el caso en que los asuntos de España tomasen un aspecto decididamente funesto; a saber, despojar de la primera autoridad a los Jefes Europeos y confiarla al Cuerpo Mu­nicipal; como que teniendo aquéllos relaciones imprescindibles con la Península, era de temerse que adhiriesen tarde o temprano al partido que preponderase en ella. En este mismo momento se reci­bieron las órdenes e instrucciones de la Regencia, y se discutió si debía o no reconocerse; pero como de lo primero resultaba necesa­riamente la admisión de los Jefes que se enviasen a Venezuela y por consiguiente la continuación del peligro que había provocado la deposición de los anteriores, creyó el nuevo Gobierno incompa­tible este acto de reconocimiento con la seguridad de la Patria; y al mismo tiempo que protestó de nuevo mantener íntegro al Sobe­rano legítimo o al Gobierno que legalmente lo representase, los dominios de Venezuela, al mismo tiempo que ofreció continuar sus socorros a España en la santa lucha contra los usurpadores todo el tiempo que la mantuviese, pronunció solemnemente su separa­ción del Gobierno de Regencia, declarándolo nulo en su estableci­miento y arbitrario en sus disposiciones. Este era el espíritu del Gobierno actual de Venezuela; estos los principios que se hallaban profundamente arraigados en el corazón de sus habitantes, y que no podrían jamás desmentir".

Entonces observó S. S. que este desconocimiento, de cualquier modo que se le pintase, era un acto verdadero de independencia, y bajo este respecto un golpe funesto a la España; que sobre los principios que alegaba Venezuela para substraerse a la autoridad de la Regencia, no había una Provincia, no había una Ciudad, una aldea, una casa, que no tuviese derecho a la independencia y que de una conducta como ésta no podía menos de resultar la disolución del Imperio Español y el triunfo de los enemigos co­munes. "S. S. se tomaba la libertad de decir que la resolución de Caracas abría más que todo las puertas de España a los franceses; y que los tratados existentes entre la Gran Bretaña y la España no permitían al Gobierno de S.M. aprobarla. A la verdad, la conducta de Inglaterra no sería influida por unos principios de liberalidad y generosidad perfectamente desinteresada: el interés de la nación Inglesa era lo que debía tenerse presente por los Minis­tros de S. M. B.: sería tan ridículo afectar lo contrario, como el hacerlo sería expuesto a una responsabilidad del mayor momento, y conforme a este interés, que era el que había prescrito la unión íntima de la Inglaterra y de la España, no podía la primera autorizar ni reconocer de modo alguno lo que ofendiese directamente a la integridad e independencia de la segunda".

D. Simón de Bolívar insistió diciendo que el desconocimiento de la Regencia nada podía tener de funesto cuando Caracas con­servaba con el mayor entusiasmo su resolución de sostener la Cau­sa de los Patriotas de España con todos los medios que se hallasen en su poder; y a fin de que el Marqués Wellesley se convenciese del verdadero espíritu que animaba a la Junta Gubernativa de Ve­nezuela, le suplicaba se sirviese enterarse de los despachos de que era conductor para el mismo Marqués y para S.M.B. y de las credenciales de la misión. S.S. procedió consecutivamente a la lectura, y durante ella hizo dos observaciones: la primera que la Provincia de Venezuela estaba descontenta con los términos en que era llamada a la representación nacional de Cortes, y la segunda que por lo que aparecía en las credenciales, el Gobierno de Ca­racas había prevenido a los Comisionados el arreglar su conducta a las leyes fundamentales de la Monarquía. Con respecto a lo úl­timo reparaba S.S. que habiendo sido un punto fundamental en el Gobierno de las colonias el estar depositada toda la autoridad en Jefes Europeos, se hallaba en contradicción la prevención de adherirse a los principios fundamentales de la Monarquía con el objeto de la revolución de Caracas, que era despojar de toda auto­ridad a aquellos jefes, constituyéndose la Provincia en una abso­luta independencia del Gobierno Español.

Tomó entonces la palabra D. Luis López Méndez para hacer presente a S.S. que los reglamentos coloniales de España no eran leyes fundamentales de la Monarquía; y que además de esto no había ley alguna que prescribiese que los Jefes de las Provincias Americanas fuesen precisamente Europeos. S.S. replicó que el fundamento de todo Gobierno era el depósito central de una autoridad que uniese todas las partes por medio de una común obediencia; que todo acto dirigido a substraer de este poder cen­tral a cualquiera de las partes atacaba radical y esencialmente la Constitución, cualquiera que fuese; y que un acto de esta natura­leza solamente podía apoyarse sobre aquellos principios que con el nombre de derechos del hombre habían producido la revo­lución Francesa, y se hallaban en el día completamente desacre­ditados.

Los Comisionados se remitieron nuevamente al espíritu de los pliegos que habían puesto en manos del Marqués, observando que la independencia en que se había puesto Caracas era el efecto de circunstancias extraordinarias, puramente provisional, y calculada para asegurar la libertad de la Provincia contra cualquiera tenta­tiva extranjera; que su libertad y seguridad peligraban evidente­mente si se confiaban, como se había hecho hasta entonces, a la autoridad exclusiva de unos hombres extraños al país, y sobre todo llenos de relaciones con los territorios ocupados por los enemigos; que estaba bien pronunciada en los papeles que habían tenido el honor de entregar a S. S. y en los que después se tomarían la li­bertad de pasarle, la sincera resolución del Pueblo de Caracas de adherir al voto de la mayoría del Imperio Español, representado completa y legítimamente, y de permanecer unido a la Metrópoli todo el tiempo que se mantuviese libre, o resistiese a los comu­nes enemigos; y que uno de los objetos primarios de la revolución de Caracas era conservar íntegros al Monarca reconocido sus do­minios de Venezuela, poniéndolos a cubierto de la intriga y se­ducción francesa.

Insistió el Marqués manifestando que esta dependencia de la Metrópoli desconociendo su Gobierno era puramente nominal; y se le repuso por los Comisionados que en las actuales circunstan­cias no era tanto el interés de la España que sus colonias fuesen administradas por Jefes Europeos, como el que le dirigiesen so­corros incesantes de armas y dinero; y que éstos no cesarían, mien­tras continuasen los esfuerzos de la Metrópoli contra el enemigo.

Lord Wellesley repuso que el modo de dar estos socorros era el punto de la cuestión, y que no le bastaba a la Metrópoli la disposición en que se hallasen accidentalmente sus colonias de auxiliarla y socorrerla por el momento, sino la seguridad de que continuarían siempre en iguales términos, para lo cual era indis­pensable que reconociesen su gobierno y lo obedeciesen; porque dos fuentes de autoridad constituían ncesariamente dos Pueblos diversos, aunque momentáneamente quisiesen combinar sus es­fuerzos a un solo fin. Lord Wellesley se sirvió entonces de una comparación. S.S. pagaba tanto al Estado por sus coches; tanto por sus lacayos; tanto por sus tierras, etc. Si se resistiese a pagar a los colectores cincuenta libras, por ejemplo, a que ascendiesen las contribuciones, y al mismo tiempo que incurría en este acto formal de desobediencia a S.M., le enviase un regalo de dos­cientas libras, ¿quedarían cumplidos por parte de S. S. los de­beres de un ciudadano? El Marqués insistía en la necesidad de prestar alguna especie de reconocimiento real y verdadero a la Metrópoli; tenía por justas las medidas tomadas por el pueblo de Caracas para deshacerse de unos Magistrados sospechosos, pero no podía ver bajo el mismo aspecto su absoluta substracción del Go­bierno de la Península; creía que si Caracas se hallaba descontenta con los reglamentos de Cortes, o si le era insoportable el sistema colonial con que había estado administrada hasta entonces, sería muy fácil obtener mejoras y reformas considerables, cuya obser­vancia garantiría la Gran Bretaña; observaba por otra parte que las colonias Españolas no habían tenido jamás una representación de ninguna clase en el Gobierno de la Metrópoli, y que la que se les había concedido era un punto nuevo, acordado espontánea­mente, y dirigido a elevarlas de golpe a un rango que nunca ha­bían ocupado; en fin S. S. aseguraba a los Comisionados que cual­quiera que fuese el plan del Gobierno de Caracas, jamás la Gran Bretaña rechazaría las insinuaciones amistosas de aquel Pueblo; pero que animado de los mejores deseos en favor de Caracas, no podía menos de convidar a los Comisionados a que hiciesen pro­posiciones más propias para conciliar todos los intereses, como se­rían por ejemplo algunas alteraciones en el sistema colonial y en el reglamento de Cortes y las restricciones que les pareciesen in­dispensables para precaver en lo sucesivo los abusos y arbitrarie­dades de los Magistrados.

Los Comisionados contestaron que no les era posible desenten­derse de las instrucciones de su Gobierno en que se les prevenía estrechamente cerrar sus oídos a todo acomodamiento con la Re­gencia: que estaban seguros de que sus compatriotas consentirían primero en perecer que en someterse a una dominación tan dura como peligrosa y sospechosa: que no tenían facultades algunas ni se les habían dado instrucciones para hacer las proposiciones que insinuaba el Marqués; y que dándole las gracias por su bene­volencia en favor de Caracas, se veían obligados a manifestarle que por el tenor de las órdenes que habían recibido de su Gobier­no no podían hacer otra cosa que darle cuenta del sesgo que S.S. querría dar a la negociación. Al mismo tiempo no podían menos que insistir sobre el principio de que su independencia provisional en nada perjudicaba al éxito de la lucha de España, pues aun algunas de las Provincias mismas de la Península habían estado en una especie de independencia con respecto a la Junta Central, como era conocido al Marqués; que el partido de Caracas era altamente útil a la Gran Bretaña, como que le proporcionaba re­laciones ventajosas de comercio, que algún día serían extensivas a todo el Continente Americano Español; que el crédito del Go­bierno Británico se aumentaría considerablemente en el Nuevo Mundo por la protección que concediese a Caracas; que era del todo inútil empeñarse en reducir a Caracas a someterse a un yugo ilegítimo, pues el Pueblo no respetaría jamás los pactos de esta especie que el Gobierno tuviese la debilidad de hacer; y que las tentativas dirigidas a prolongar la servidumbre Americana no tendrían otro efecto que el de perder la América para ella misma, para la España y para la Inglaterra. Por último hacían presente que según las noticias que se tenían en Caracas a su salida, la Regencia no había sido reconocida por algunas Provincias, donde se habían erigido juntas supremas, sin duda con objetos seme­jantes al de la de Venezuela.

El Marqués Wellesley replicó que las Juntas Provinciales de España aunque en cierto modo independientes del Gobierno Cen­tral por lo relativo a su administración interior, lo habían unáni­memente reconocido, y le habían prestado obediencia en lo perti­nente a los ramos de defensa y seguridad: que el Señor Ricardo Wellesley su hijo que se hallaba presente y había venido de Es­paña pocos días antes era buen testigo de la unanimidad con que en todas las Provincias libres había sido reconocida la Regencia: que a la verdad no podía negar que la independencia de Caracas era favorable a los intereses del comercio Inglés, pero que éste era solamente un bien parcial y momentáneo, al paso que la inte­gridad de la Monarquía Española era de absoluta necesidad para la independencia de España, que se hallaba íntimamente ligada con la libertad de Europa y con los verdaderos y durables intere­ses de la Gran Bretaña: y que D. Simón de Bolívar (a quien diri­gía la palabra) tenía bastante talento y conocimientos para no comprender que la independencia a que aspiraba Caracas era una cosa sin ejemplar en los anales del Pueblo Español y de sus co­lonias.

D. Simón de Bolívar repuso que aun conviniendo en que la dependencia de la América fuese un punto de tanta entidad, era demasiado duro que se exigiese a los Americanos un desprendi­miento absoluto de sus intereses esenciales: que la seguridad de la América, íntimamente comprometida en la actual crisis, no tanto por el poder de la Francia, como por las intrigas de unos Jefes, que consideraban de su interés la unión de las colonias a su Metrópoli en todo evento, exigía imperiosamente un nuevo or­den de cosas, proporcionado a las circunstancias actuales: que na­die mejor que el Marqués podía deponer contra los vicios de la administración Española, como que los había palpado de cerca, y el Marqués convino en ello, asegurando que nada en efecto podía compararse a la venalidad, corrupción y apatía de los miembros de la Junta Central, pero que la conducta del Consejo de Regen­cia daba fundamento para más felices esperanzas: y por último el Comisionado concluyó diciendo que las Provincias de Vene­zuela formaban una parte muy pequeña en la totalidad del Im­perio Español, para que su conducta influyese de un modo sensible en el éxito de la guerra de España.

El Marqués se sonrió haciendo un cumplimiento al Comisionado por el ardor con que defendía la causa de su país; y Don Simón de Bolívar le contestó que S.S. lo manifestaba mucho mayor en sostener los intereses de España; a lo cual repuso el Ministro Bri­tánico que sus deseos particulares y su conducta pública habían conspirado siempre a la felicidad de las colonias Españolas, por cuyo motivo se había granjeado en cierto modo el desafecto del anterior Gobierno de España.

La conferencia desde este momento se hizo bastante animada, pero por una y otra parte no se hizo más que presentar las ra­zones anteriores bajo diferentes formas. D. Luis López Méndez insinuó a S.S. que si la América se mantenía sobre el mismo pie de administración que hasta ahora, correría un gran peligro su seguridad, porque los Jefes Europeos, de cuyo capricho de­pendía todo, y que debían interesarse profundamente en la con­servación de sus empleos, era natural que adhiriesen al partido francés, que les aseguraba el orden de cosas más favorable a su importancia, fundada en la dependencia de las colonias. Citó al efecto las ocurrencias de Caracas con motivo de la misión de Joseph Bonaparte; y confesó S.S. que de todas las razones expues­tas no había ninguna que le hiciese igual fuerza; añadiendo que la decisión de Caracas en favor de la Gran Bretaña no podía menos de ser altamente lisonjera al Gobierno inglés. "Encargaba a los Comisionados que en su correspondencia con el de Venezuela se sirviesen ser el órgano de sus sentimientos, y trasmitirle sus mejores deseos". Deponiendo en aquel punto su carácter minis­terial, y hablando sólo como un amigo sincero, debía preve­nirles que había en el país muchos intrigantes, ansiosos de acer­cárseles; que acaso alguno lo había ya ejecutado; y que la misión de que venían revestidos exigía una gran circunspección. Al día siguien­te se harían traducir los pliegos de Caracas para ponerlos el miér­coles a la vista de S.M. que estaría entonces en Londres; y los Comisionados podían volver el jueves después de la una del día.

Los Comisionados se despidieron dando las gracias a S.S. por la benevolencia que les manifestaba; y fueron acompañados hasta la puerta de la antesala por el Marqués y su hijo, que saludaron a todos con la mayor urbanidad.

La conferencia se tuvo en francés y duró hasta las diez de la noche.

*Del borrador manuscrito redactado de puño y letra por Andrés Bello (1781-1865) que cumplía funciones de Secretario de la Misión Diplomá­tica ante la Corte inglesa. Los borradores originales pertenecen a la colección del Dr. Guillermo Hernández de Alba, de Bogotá. Han podido ser exami­nados por la Comisión Editora, en la oportunidad de ser exhibidos en la Exposición de Homenaje al Libertador, en el Banco Central de Venezuela, en setiembre-octubre de 1967, organizada por el propio Banco y la Emba­jada de Colombia en Caracas. Tanto porque se transcriben opiniones del Libertador, como porque con casi total seguridad puede afirmarse que estas minutas habrán sido autorizadas por Bolívar como Jefe de la Misión, se incorpora este texto en la presente obra. Sobre la persona de Sir Richard Colley Wellesley, Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, e interlocutor de Bolívar, López Méndez y Bello en estas conversaciones, véase la nota principal del documento Nº 59.

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