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DOCUMENTO 924 MANIFIESTO DEL LIBERTADOR, FECHADO EN CARÚ­PANO EL 7 DE SEPTIEMBRE DE 1814*

SIMÓN BOLÍVAR, Libertador de Venezuela y General en Jefe de sus ejércitos.

A sus conciudadanos.

Ciudadanos:

Infeliz del magistrado que autor de las calamidades o de los críme­nes de su Patria se ve forzado a defenderse ante el tribunal del pueblo de las acusaciones que sus conciudadanos dirigen contra su conducta; pero es dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto y se presenta inocente a exigir de sus pro­pios compañeros de infortunio una recta decisión sobre su inculpa­bilidad.

Yo [1] he sido elegido por la suerte de las armas para quebrantar vuestras cadenas, como también he sido, digámoslo así, el instru­mento de que se ha valido la Providencia para colmar la medida de vuestras aflicciones. Sí, yo os he traído la paz y la libertad, pero en pos de estos inestimables bienes han venido conmigo la guerra y la esclavitud. La victoria conducida por la justicia fue siempre nuestra guía hasta las ruinas de la ilustre capital de Caracas, que arrancamos de [2] manos de sus opresores. Los guerreros granadinos no marchitaron jamás sus laureles mientras combatieron contra los dominadores de Venezuela, y los soldados caraqueños fueron coro­nados con igual fortuna [3] contra los fieros españoles que intentaron de nuevo subyugarnos. Si el destino inconstante hizo alternar la victoria entre los enemigos y nosotros, fue sólo en favor de pueblos americanos que una inconcebible demencia hizo tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el cetro a sus tiranos. Así, parece que el cielo para nuestra humillación y nuestra gloria ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros.

El Ejército Li­bertador exterminó las bandas enemigas, pero no ha podido ni de­bido exterminar unos pueblos por cuya dicha ha lidiado en cente­nares de combates. No es justo destruir los hombres que no quieren ser libres, ni es libertad la que se goza bajo el imperio de las armas contra la opinión de seres fanáticos cuya depravación de espíritu les hace amar las cadenas como los vínculos sociales.

No os lamentéis, pues, sino de vuestros compatriotas que instiga­dos por los furores de la discordia os han sumergido en ese piélago de calamidades, cuyo aspecto solo hace estremecer a la naturaleza, y que sería tan horroroso como imposible pintaros. Vuestros her­manos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramado vuestra sangre, incendiado vuestros hogares, y os han condenado a la expatriación.

Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretenden ligaros a las cadenas que ellos mismos arras­tran; y no os indignéis contra los mártires que fervorosos defensores de vuestra libertad han prodigado su sangre en todos los campos, han arrostrado todos los peligros, y se han olvidado de sí mismos por salvaros de la muerte o de la ignominia. Sed justos en vuestro dolor, como es justa la causa que lo produce. Que vuestros tormen­tos no os enajenen, ciudadanos, hasta el punto de considerar a vuestros protectores y amigos como a cómplices de crímenes imagi­narios, de intención, o de omisión. Los directores de vuestros destinos no menos que sus cooperadores, no han tenido otro designio que el de adquirir una perpetua felicidad para vosotros, que fuese para ellos una gloria inmortal. Mas, si los sucesos no han correspon­dido a sus miras, y si desastres sin ejemplo han frustrado empresa tan laudable, no ha sido por efecto [4] de ineptitud o cobardía; ha sido, sí, la [5] inevitable consecuencia de un proyecto agigantado, superior a todas las fuerzas humanas. La destrucción de un gobierno, cuyo origen se pierde en la obscuridad de los tiempos; la subversión de principios establecidos; la mutación de costumbres; el trastorno de la opinión, y el establecimiento en fin de la libertad en un país de esclavos, es una obra tan imposible de ejecutar súbitamente, que está fuera del alcance de todo poder humano; por manera que nues­tra excusa de no haber obtenido lo que hemos deseado, es inherente a la causa que seguimos, porque así como la justicia justifica la auda­cia de haberla emprendido, la imposibilidad de su adquisición cali­fica la insuficiencia de los medios. Es laudable, es noble y sublime, vindicar la naturaleza ultrajada por la tiranía; nada es comparable a la grandeza de este acto y aun cuando la desolación y la muerte sean el premio de tan glorioso intento, no hay razón para conde­narlo, porque no es lo asequible lo que se debe hacer, sino aquello a que el derecho nos autoriza.

En vano esfuerzos inauditos han logrado innumerables victorias, compradas al caro precio de la sangre [6] de nuestros heroicos solda­dos.

Un corto número de sucesos por parte de nuestros contrarios, ha [7] desplomado el edificio de nuestra gloria, estando la masa de los pueblos descarriada por el fanatismo religioso, y seducida por el incentivo de la anarquía devoradora. A la antorcha de la liber­tad, que nosotros hemos presentado a la América como la guía y el objeto de nuestros conatos, han opuesto nuestros enemigos la hacha incendiaria de la discordia, de la devastación y el grande estímulo de la usurpación de los honores y de la fortuna a hombres envile­cidos por el yugo de la servidumbre y embrutecidos por la doctrina de la superstición. ¿Cómo podría preponderar la simple teoría de la filosofía política sin otros apoyos que la verdad y la naturaleza, contra el vicio armado con el desenfreno de la licencia, sin más límites que su alcance y convertido de repente por un prestigio reli­gioso en virtud política y en caridad cristiana? No, no son los hom­bres vulgares los que pueden calcular el eminente valor del reino de la libertad, para que lo prefieran a la ciega ambición y a la, vil codicia. De la decisión de esta importante cuestión ha dependido nuestra suerte; ella estaba en manos de nuestros compatriotas que pervertidos han fallado contra nosotros; de resto todo lo demás ha sido consiguiente a una determinación más deshonrosa que fatal, y que debe ser más lamentable por su esencia que por sus resultados.

Es una estupidez maligna atribuir a los hombres públicos las vici­situdes que el orden de las cosas produce en los Estados, no estando en la esfera de las facultades de un [8] general o magistrado contener en un momento de turbulencia, de choque, y de divergencia de opiniones el torrente de las pasiones humanas, que agitadas por el movimiento de las revoluciones se aumentan en razón de la fuerza que las resiste. Y aun cuando graves errores o pasiones vio­lentas en los jefes causen frecuentes perjuicios a la República, estos mismos perjuicios deben, sin embargo, apreciarse con equidad y buscar su origen en las causas primitivas de todos los infortunios: la fragilidad de nuestra especie, y el imperio de la suerte en todos los acontecimientos. El hombre es el débil juguete de la fortuna, sobre la cual suele calcular con fundamento muchas veces, sin poder contar con ella jamás, porque nuestra esfera no está en contacto con la suya [9] de un orden muy superior a la nuestra. Pretender que la política y la guerra marchen al grado de nuestros proyectos, obran­do a tientas con sola la pureza [10] de nuestras intenciones, y auxilia­dos por los limitados medios que están a nuestro arbitrio, es querer lograr los efectos de un poder divino por resortes humanos.

Yo, muy distante de tener la loca presunción de conceptuarme inculpable de la [11]catástrofe de mi Patria, sufro al contrario, el profundo pesar de creerme el instrumento infausto de sus espanto­sas miserias; pero soy inocente porque mi conciencia no ha parti­cipado nunca del error voluntario o de la malicia, aunque por otra parte [12] haya obrado mal y sin acierto. La convicción de mi ino­cencia me la persuade mi corazón, y este testimonio es para mí el más auténtico, bien que parezca un orgulloso delirio. He aquí la causa porque desdeñando responder a cada una de las acusaciones que de buena o mala fe se me puedan hacer, reservo este acto de justicia, que mi propia vindicta exige, para ejecutarlo ante un tri­bunal de sabios, que juzgarán con rectitud y ciencia de mi conducta en mi misión a Venezuela. Del Supremo Congreso de la Nueva Granada hablo, de este augusto cuerpo que me ha enviado con sus tropas a auxiliaros como lo han hecho heroicamente hasta expirar todas en el campo del honor. Es justo y necesario que mi vida pú­blica se examine con esmero, y se juzgue con imparcialidad. Es jus­to y necesario que yo satisfaga a quienes haya ofendido, y que se me indemnice de los cargos erróneos a que no he sido acreedor. Este gran juicio debe ser pronunciado por el soberano a quien he servido; yo [13] os aseguro que será tan solemne cuanto sea posible, y que mis hechos serán comprobados por documentos irrefragables. Entonces sabréis si he sido indigno de vuestra confianza, o si merezco el nom­bre de Libertador. Yo os juro, amados compatriotas, que este augus­to título que vuestra gratitud me tributó cuando os vine a arrancar las cadenas, no será vano. Yo os juro que libertador o muerto, me­receré siempre el honor que me habéis hecho, sin que haya potestad humana sobre la tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir hasta volver segundamente a libertaros, por la senda del oc­cidente, regada con tanta sangre y adornada de tantos laureles. Es­perad, compatriotas, al noble, al virtuoso pueblo granadino que volará ansioso de recoger nuevos trofeos, a prestaros nuevos auxilios, y a traeros de nuevo la libertad, si antes vuestro valor no la adqui­riere. Sí, sí, vuestras virtudes solas son capaces de combatir con suceso contra esa multitud de frenéticos que desconocen su propio interés y honor; pues jamás la libertad ha sido subyugada por la tiranía. No comparéis vuestras fuerzas físicas con las enemigas, por­que no es comparable el espíritu con la materia. Vosotros sois hombres, ellos son bestias, vosotros sois libres, ellos esclavos. Com­batid, pues, y venceréis. Dios concede la victoria a la constancia.

Carupano, septiembre 7 de 1814. 4°

BOLÍVAR.

* De copias de la primera mitad del siglo XIX, de letras distintas no identificadas. En el Archivo del Libertador no existe el original de este documento, pero se conservan dos copias manuscritas de la época.

Una, que señalamos como copia "A", en el volumen 21, folios 245-249; y otra que llamamos copia "B", en el volumen 70, folios 147-155.

Ambos textos difieren en algunos detalles que señalamos en las correspondientes notas. Así mismo hemos compulsado el texto con la redacción dada en la parte documental de la obra de Francisco Javier Yanes, “Relación documentada de los principales sucesos ocurridos en Venezuela desde que se declaró Estado independiente hasta el año de 1821”, Caracas, 1943, pp. 190-193. Sobre la población de Carupano, donde está fechado el Manifiesto, véase la nota principal del Doc. n° 922.

Notas

[1] 1.En la copia "B" se lee: "Yo, ciudadanos, he sido". También en la copia "A" figura la palabra "ciudadanos", pero está testada con la misma tinta.

[2] 1.Copia "B": "de las manos".

[3] 1.Copia "B": "con igual forma contra". En la copia "A" se testó: "forma" y se interlineó: "fortuna".

[4] 1.Copia "B": "por defecto de".

[5] 1.Yanes dice: "por la inevitable".

[6] 1.Copia "B": "al caro precio de nuestros heroicos soldados".

[7] 1.Copia "B": "han desplomado". En la copia "A", se había escrito primeramente "han".

[8] 1.Yanes dice: "ningún general".

[9] 1.Yanes dice: "y es de un orden".

[10] Copia "B": "con sólo la guía de la pureza de nuestras intenciones". En la copia "A" se había escrito primero igual, pero luego se transformó "sólo" en "sola", y se testó "la guía de". Yanes dice: "con sólo la fuerza de nuestras intenciones".

[11] 11.Copia "B": "del catástrofe".

[12] 11.Copia "B": "otra parte yo haya obrado". En la copia "A" figura también "yo", testado.

[13] 11.Copia "B": "y yo". En la copia "A", la "y" está testada.

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