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DOCUMENTO 852 ARTICULO DEL LIBERTADOR SOBRE LA SITUACIÓN POLÍTICA EN EUROPA Y AMERICA*

Reflexiones sobre el estado actual de la Europa, con relación a la América.

Por fin parece estar casi decidida la última de las dos grandes cues­tiones que han hecho derramar tanta sangre en el continente europeo.

Destruido el sistema continental desde que la actual coali­ción del Norte [1], puso una barrera impenetrable al poder de Buonaparte [2], restaba solamente saber si el mismo que lo había puesto en ejecución, y sostenido algún tiempo por medio de los mayores atentados y violencias, debía quedar tranquilo en el trono de la Francia.

Intereses los más complicados, han influido poderosamente en estas importantes transacciones. Por una parte los aliados sólo aspi­raban, al parecer, a coartar el poder de la Francia hasta libertarse del tono dictatorial e imperioso con que sus agentes hablaban a las demás Cortes; y por otra, el Gobierno inglés cuyo genio previsivo no podía esperar nada bueno del Caudillo francés, estaba resuelto a no poner término a la contienda, hasta no echar por tierra el Im­perio que había levantado sobre las ruinas de la República. Lo primero está bastantemente demostrado en la pública declaración de Franlafort [3], y lo segundo los resultados que ha producido la misión del Lord Castlereagh [4] al Cuartel General de los Aliados, nos auto­riza a creerlo como positivo.

Según las últimas noticias, podemos asegurar que la Gran Breta­ña ha triunfado completamente de sus enemigos. Un concurso de circunstancias quizá imprevistas por los Aliados los ha conducido en triunfo a París, y sus habitantes les han recibido más bien como libertadores que como conquistadores. Un acontecimiento tan asom­broso va sin duda a ser el precursor de la paz general, pues la escarapela blanca que se ve frecuentemente en las calles de aquella opulenta capital manifiesta el ánimo decidido de entregarse a dis­creción de la antigua dinastía.

Volviendo ahora los ojos hacia este vasto Continente, es una ma­teria bien digna de averiguarse cuáles serán para nosotros las conse­cuencias de lo que está pasando en Europa. Si es que los Europeos continentales, fatigados de tantos ensayos políticos, vuelven a lo que antes desecharon como malo, si es que arrepentidos de tantos errores y extravíos, acojan ciegamente a sus viejas instituciones, pa­rece que este prurito de restablecer todo lo antiguo, viene a anonadar en su cuna nuestra existencia política. Los Borbones, dicen algunos, vuelven a recuperar la influencia que habían perdido, sus conexiones de familia van a multiplicar nuestros enemigos, y acabar con cuanto hemos hecho.

Mas es muy fácil convencer a estos hombres, o a los que pretenden interpretarlo todo conforme a sus inclinaciones particulares, que la situación actual de la Europa es la más favorable a nuestros intere­ses, y la que prontamente va a consolidar nuestra libertad e inde­pendencia.

No es, ciertamente, el interés de los príncipes o de las familias reinantes, ni los de una u otra nación, los que principalmente in­fluyen en las combinaciones de la política europea. Estas son regu­larmente unas causas secundarias que contribuyen sólo a promover los intereses primarios y muchas veces, bajo el pretexto de vengar un agravio hecho a algún soberano, vemos encenderse, en beneficio de otro, una guerra funesta al bienestar de su pueblo.

Los derechos de los Borbones, de que tanto han hablado los in­gleses, de algún tiempo a esta parte, no han sido más que el objeto ostensible de su política. El fin es asegurar su preponderancia marí­tima, destruyendo el poder colosal que tarde o temprano podía arrui­narlo. El empeño con que se han procurado disolver cuantas coali­ciones se han formado contra ella, manifiesta bien cuanto pesaban sobre sus miras.

Pero por fortuna suya, el que dirigía la máquina en el Continente era el más a propósito para hacerles triunfar de un modo raro y extraordinario. El despotismo y arbitrariedad de Bonaparte, es el tema de que se han valido para conseguir esta victoria.

Uno de los efectos necesarios de este nuevo orden de cosas es el restablecimiento del equilibrio político entre las naciones del continente. Dícese entre estas naciones porque semejante equilibrio no existe ya, ni puede existir por mucho tiempo, con relación a la Gran Bretaña. Esta ha ganado su poder marítimo por medio de comba­tes gloriosos a que han dado causa los desórdenes de la Europa, y no es creíble que por un desprendimiento extraordinario de que no hay ejemplo en la historia Británica, cuando se trata de intereses comerciales, venga ahora a colocarse por su voluntad al nivel de las demás naciones, antiguamente de su misma especie.

Es, pues, a este equilibrio a que se deben los primeros progresos de la Independencia Americana. La Francia auxilió al Norte [5] con tropas y embarcaciones de guerra, no por un efecto de su filantro­pía, o por amor al pueblo americano, sino porque perdidos sus esta­blecimientos en el Canadá [6], era preciso despojar a su rival [7] de las otras Provincias del Norte, y disminuir así su influjo en la balanza del poder. De otra suerte ¿cómo es posible que la Francia diese a sus posesiones coloniales un ejemplo tan fatal? ¿cómo la España misma había de manifestar su aquiescencia a lo que había hecho en el particular el Gabinete de Saint Cloud? [8] pero la Inglaterra a su turno fomentó la insurrección de Santo Domingo [9], y ha mucho tiempo que son conocidos sus planes [10] para dar la libertad a las co­lonias españolas.

Si convenimos, pues, como es necesario convenir, que aun resta­blecido este nuevo equilibrio en la Europa, los intereses de la Gran Bretaña son enteramente opuestos a los de las Potencias Continen­tales ¿cómo incurrir en la demencia de creer que siendo hoy la In­glaterra la única nación marítima del Universo, vaya a prestarse a que la España vuelva a afianzar aquí su dominación? Aun supo­niendo que la España hiciese con la Gran Bretaña los tratados más favorables a su comercio ¿la simple fe de los tratados sería la ga­rantía suficiente de su cumplimiento?

Es preciso no conocer el genio previsivo del Gabinete inglés para entregarse a semejantes conjeturas. Destruido el poder de Bonaparte ¿no es posible encontrar otro jefe, enemigo de la preponderancia inglesa? Quizá el mismo Emperador Alejandro [11], que se ha puesto hoy a la cabeza de los aliados para destruirlo, es mañana el que fomenta una coalición continental, más fuerte que cuantas se han hecho hasta el presente. ¿Y en estas vicisitudes de la política Eu­ropea, querrá la Inglaterra que la América, permaneciendo bajo la dependencia de alguna potencia continental, vaya con sus riquezas y población inmensa a aumentar la masa del poder que puede resis­tirle?

Es por esta razón que la emancipación de América ha estado siem­pre en los cálculos del Gabinete inglés. La Gran Bretaña, colocada entre el antiguo y nuevo Continente, va por este nuevo equilibrio del Universo a llegar al último punto de grandeza y de poder a que ningún pueblo del mundo había osado aspirar.

Queda pues ahora la cuestión del imperio de los mares reservada para calculistas más profundos. Nosotros solamente divisamos a lo lejos la Gran Bretaña, confundida y abrumada con el peso enorme de sus riquezas, y a la América formando el imperio más poderoso de la tierra.

Nuestra revolución, por otra parte, ha tenido un aspecto tan importante, que no es posible sufocarla por la fuerza. México, el Perú, Chile, Buenos Aires, la Nueva Granada y Venezuela, for­man hoy por la identidad de sus principios y sentimientos, una liga formidable, incapaz de ser destruida por más que lo intenten sus enemigos.

Si hubiésemos de considerar aisladamente algunas de estas par­tes, podríamos calcular de otro modo. Debe ser un gran consuelo para nosotros saber que cualquier ultraje que se haga a una pe­queña porción del suelo Colombiano [12], será vengado por infinidad de pueblos hermanos esparcidos sobre el nuevo hemisferio.

Mas queremos suponer que la Europa en masa quiera subyugar­nos. En este caso, es necesario suponer también que la guerra civil va a causar mayores estragos de uno a otro extremo de nuestro Continente y a destruir cuanto la industria y el arte habían hecho en tres siglos. Para admitir esta época calamitosa, es preciso no conocer cuanto las riquezas y producciones del Nuevo Mundo han influido en las costumbres y en la política de los europeos. El interés bien entendido de todas las naciones, y particularmente el de la Nación inglesa, es poner expeditos los canales del comercio, impidiendo que la guerra consuma todos los materiales con que su industria recibirá un fomento considerable.

La América se halla además por fortuna en circunstancias de no poder inspirar recelos a los que viven del comercio y la industria. Nosotros por mucho tiempo no podemos ser otra cosa que un pueblo agricultor, y un pueblo agricultor capaz de suministrar las materias más preciosas a los mercados de Europa, es el más calculado para fomentar conexiones amigables con el negociante y el manufactu­rero.

Reconocida nuestra independencia, y abiertos estos países indis­tintamente a los extranjeros, no podemos imaginar cuánto aumen­tará la demanda pública todos los años. Los artículos de exportación se multiplicarán hasta lo infinito, y las importaciones irán siempre buscando el equilibrio comercial con nuestras producciones. Cuando consideramos nuestra suerte futura por este aspecto, deducimos sin la menor fuerza que la emancipación de la América va a producir en el lujo, en las riquezas de las naciones, en una palabra, en las costumbres del género humano, una revolución mucho más espan­tosa que la que trajo su [13] descubrimiento.

Si es, pues, bien averiguado que la independencia del Norte [14] es más benéfica a la Inglaterra que su dependencia ¿qué diremos de nuestros países, cuya importancia política no puede jamás en­trar en paralelo con la de los Estados Unidos? Es esta una demos­tración tan clara a los ojos de la Europa entera, que sin un gran trastorno de la razón, no es posible concebir que con preferencia a todo, adopten ideas iliberales, cuyo resultado ha sido siempre la mi­seria y opresión.

Si no creyésemos hacernos demasiado fastidiosos, insistiríamos en otras muchas razones, para desvanecer los temores de algunos de nuestros amigos. Reservamos por consiguiente para otra ocasión más oportuna adelantar y coordinar nuestras ideas de un modo que satisfaga mejor nuestros propios deseos.

* De impreso de época coetánea. En la “Gazeta de Caracas”, N° 74 co­rrespondiente al día jueves 9 de junio de 1814, se insertó este artículo, sin firma. Ha sido atribuido al Libertador por el Dr. Vicente Lecuna. La Co­misión Editora acoge esta atribución, que considera acertada, aun cuando no se ha podido examinar el original manuscrito.

Notas

[1] Se refiere a la coalición de la cual forman parte, entre otras poten­cias europeas, Rusia y Prusia.

[2] Así se lee aquí, aunque más adelante, en el mismo artículo, el ape­llido de Napoleón esté escrito "Bonaparte".

[3] Francfort del Main, en la región alemana de Hesse-Nassau.

[4] Robert Stewart, Marqués de Londonderry y Vizconde de Castlereagh (1769-1822), Ministro de Relaciones Exteriores británico desde 1812 hasta su suicidio en 1822.

[5] Las trece colonias británicas de América del Norte que constituye­ron los Estados Unidos al lograr su independencia.

[6] Las posesiones francesas del Canadá, que habían pasado a manos de Inglaterra a mediados del siglo XVIII.

[7] Es decir, la Gran Bretaña.

[8] Se refiere así al Gabinete francés. Saint Cloud es un municipio cer­cano al Palacio de Versalles.

[9] La parte francesa de la isla, la actual República de Haití.

[10] En la Gazeta se lee "planos". Es muy posible que se trate de un error tipográfico. Estos son bastante frecuentes en dicho periódico, por lo cual, cuando no plantean duda, los hemos rectificado sin llamar la atención sobre ellos.

[11] Alejandro I de Rusia.

[12] Es decir, el suelo de la América Española.

[13] En la Gazeta se lee: "trajo un descubrimiento", pero por el sentido, debe ser: "su descubrimiento", tal como corrige el Dr. Vicente Lecuna en “Simón Bolívar, Obras Completas”, II, pp. 1287-1290.

[14] Los Estados Unidos, aquí.

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