DOCUMENTO 7393. ARTICULO REDACTADO POR BOLÍVAR TITULADO ""CONFEDERACIÓN AMERICANA"", Y ENTRE PARÉNTESIS (PATRIOTA DE GUAYAQUIL), EL CUAL APARECIÓ PUBLICADO EN EL PE­RIÓDICO ""EL PATRIOTA DE GUAYAQUIL"", EL 10 DE MAYO DE 1823.*

Sección
22) Período (02ENE AL 31MAY 1823) Correspondencia Oficial

Personas

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Palabras Clave

Descripción:
{{{CONFEDERACIÓN AMERICANA

(Patriota de Guayaquil)

}}}

No podemos menos que manifestar nuestra sorpresa, y aun podríamos decir nuestro desconsuelo, al ver pasar sobre nosotros, con un triste silencio de nuestra parte, el más grande acto americano. La Gaceta de Lima de 17 de setiembre de 1822 nos ha dado el pacto de unión, liga y confederación perpetua entre Colombia y el Perú. Este tratado lo han leído todos con la indiferencia que pudieron leer una pastoral o un panfleto de tantos que aburren

al público continuamente. Parece que ningún interés excita la reunión general de la América bajo un pacto social, no obstante que todos los hombres medianamente ilustrados han deseado esta confederación como el vehículo de la libertad y de la salvación de la América. Y si al fin el redactor de la Abeja Argentina de Buenos Aires ha roto el silencio y levantado su voz, ha sido para decirnos con el tono de la confianza más absoluta, que el mejor pacto que puede formar la América de liga y federación {es ninguno} [ 1 ] en sustancia es todo lo que contiene su hueco discurso sobre el tratado de la República de Colombia y del Perú de 15 de di­ciembre de 1822 *.

Es muy laudable el celo que manifiesta e! redactor en aprobar la idea madre de {un acto diplomático de esta especie al cual nadie podrá sustraerse de protestar su consentimiento}; pero elevándose luego hasta los espacios sobre las dificultades que siguen a todas las empresas humanas, y divagando con mucha seriedad y como si estuviese inspirado por el genio del acierto, halla, sin duda con sorpresa de todos, que la América es muy vasta para concentrar sus relaciones políticas: que no puede haber una perfecta armonía entre partes que disienten en sus instituciones, no teniendo un republicanismo igual; y que no siendo soberanos los plenipotenciarios, no podrá existir la asamblea: a lo que añade todavía otras muchas causas, bien que todas semejantes a éstas.

A la verdad si los fundadores de las instituciones humanas hubiesen sido fundidos en el molde del redactor argentino, es de presumirse que estaríamos aún muy lejos de haber pronunciado el alfabeto; porque ¿cómo era posible que a este Sr. le hubiese ocurrido que una idea del sonido pudiese grabarse en el papel con otra de figura? Ciertamente es mil veces más difícil inventar el alfabeto, que reunir una confederación de naciones independientes, y por lo mismo nuestro legislador foliculario jamás habría dado con los medios de superar tamañas dificultades. El cuerpo entero de la historia nos muestra muchas naciones reunidas por convenios más o menos fuertes, sea bajo la espada del despotismo sea adornadas del gorro de la libertad; naciones por otra parte con idiomas o dialectos diferentes, con organizaciones contrarias, con profesio­nes de creencias enteramente opuestas y con muchos otros acciden­tes que multiplican las antipatías. En América el caso es de uní

dad, unidad, unidad: no repetimos nuestras identidades, porque las conocen todos. Es una nación sola desde la alta California hasta Chiloé. Una fe, un acento, un amor, un mismo ser, digámoslo así, cubre la faz de la América. La distancia sin duda es un gran obstáculo para la reunión; pero mucho tiempo ha que las distancias se están disminuyendo visiblemente. Roma, Inglaterra y Rusia han probado que no hay distancia para los que saben mandar y vencer la naturaleza misma. Confesamos desde luego que es un grande obstáculo una inmensa distancia, mas el que dice grande no dice insuperable. Y señalar las dificultades ¿no es conocer ya la mitad de los medios que las destruye? ¿Y creerá el Sr. redactor argentino, que no sabemos que Buenos Aires y México están dis­tantes del centro de la América de 600 a 900 leguas? Más distan­tes estábamos de España y fácilmente nos ha gobernado y creado bajo sus instituciones negativas; y sin embargo nos ha puesto en estado de combatirla y vencerla, mientras que su espíritu metropo­litano se ha hallado muy lejos del espíritu federal; pues que aquél querría arrancar la vida para aumentar la suya, y éste quiere aumentar la suya sembrando la vida en toda la América.

Pudiera suceder, como dice el redactor argentino, que el mal estuviese consumado, cuando llegase el remedio del congreso. Todo está sujeto a este inconveniente, todo sin excepción de nada, porque todo es relativo. Sería bien singular, o más bien sería un millón de veces absurdo decir que no es conveniente formar un centro de recursos, para los casos grandes y aun para los que fuesen remotos, porque este fondo de recursos no se hallase en el centro de todas las extremidades, y no sirviese para todos los casos comunes o fuese inútil en uno peregrino. Según esta lógica de nuestro redactor es preferible una carencia absoluta a otra parcial: y ¿porque Buenos Aires no ha de recibir siempre auxilios, deberá privarse del recurso a un fondo común en las vicisitudes más peligrosas y graves como en las de guerra y paz, conflictos nacionales, disensiones intestinas y transacciones diplomáticas?

Supongamos con todo que la confederación americana sea difícil, o poco durable, o impracticable si se quiere, mas la idea sola de tal cuerpo nacional alienta a los americanos en su lucha, abate a los españoles, que temen la reciprocidad de auxilios y recursos entre los estados, y presenta al mundo una liga de naciones, que tiene un barniz de superioridad y fuerza, que no puede ofrecer

ninguna de sus partes por sí solas. Y si no es durable esta liga, puede a lo menos llevarnos al puerto de la independencia y aun conservarnos anclados en él por algún tiempo; o si es muy difícil, no debemos olvidar que empresas menos importantes han alcanzado un éxito completo por esfuerzos bien entendidos y fuertemente sostenidos que se han llevado a cabo por hombres grandes o perseverantes a lo menos. En todas las suposiciones contrarias a nues­tra federación encontraremos siempre en el último análisis, que cuando no sea más, el designio es bello y grande, y como suele decirse, basta en estas empresas el honor de intentarlas.

Que {los plenipotenciarios no conocen las necesidades y recursos de sus respectivos estados } es otro de los inconvenientes que se caracteriza de frívolo o de pretexto para negarse a la confederación; pues que los plenipotenciarios en Congreso recibirán sus instruc­ciones de sus gobiernos respectivos y no serán más que los intér­pretes de la voluntad de sus jefes, o más bien de la conciencia de sus naciones.

También nos dice el redactor, que el congreso de representantes no tendrá fuerza para hacerse obedecer. Semejante debilidad es común a todas las cosas cuando están mal constituidas; y es muy aplicable a cualquier gobierno o sociedad. Si la debilidad era con respecto a las naciones extranjeras la culpa debería atribuirse a los estados federados, que no quisiesen hacerse respetar o estimar, y no es de presumir que una falta tan chocante pueda cometerse por gobiernos nacionales. Si la debilidad era con respecto a sus partes constituyentes, entonces la culpa dependería de todas las combinaciones que se podrían hacer en el encuentro de los intereses domés­ticos, y debemos conjeturar que la pluralidad de los americanos se pondría naturalmente de parte de la justicia o del bien común, porque esta es la ley de la naturaleza; así se hallará la debilidad del congreso apoyada en la suma mayor de los americanos que precisamente habrían de inclinarse hacia el ofendido o débil, o en favor de lo bueno o de lo útil.

Es ciertamente de extrañar que no se haya tomado la pluma hasta ahora para tratar esta materia, sino en Buenos Aires, y con el triste intento de impugnar el voto más anhelado de todos los amantes de la libertad de la América. No tenemos noticia que ningún filo-americano se haya pronunciado contra la federación del

nuevo continente. Buenos Aires nos ha dado este fenómeno en términos de no dejar el menor género de duda. {Creemos, pues, que sin esa asamblea, nos dice el argentino, erizada de tantos escollos, la América llegará felizmente al puerto.}

El Abate de Pradt ha dicho lo que el redactor argentino ha querido imitar en eso del bajel despedido por Napoleón de la Península cuyo cable él cortó; con la diferencia de que el argentino lo cree pronto a llegar al puerto, y el Abate de Pradt lo pinta degollando su tripulación en el mar, como en efecto ha suce­dido hasta ahora, y está sucediendo muy particularmente con los compatriotas de este redactor, que deberían ser los más apreciadores del proyecto celestial de federar la América, para introducir en el Río de la Plata el orden que ha huido de sus riberas desde el día que sus aguas fueron teñidas con la sangre de las prime­ras víctimas de la revolución. Colombia, que necesita menos que ninguna otra potencia de América de la cooperación de sus herma­nos, no se ve bastante fuerte contra la España en tanto que Buenos {Aires, con el hilo en la mano tiene que temer de la imbécil España.}

El argentino supone que cada estado constituido será la salvaguardia de su vecino. Desearíamos que las provincias del Río de la Plata nos diesen este ejemplo, ya que desde el centro de su capi­tal nos predican tan hermosos preceptos de garantías nacionales pero sería mejor sin duda, que estos famosos arengadores se pusie­sen de acuerdo entre sí antes de darnos lecciones sobre la política de los estados.

* De la {Gaceta de Colombia}, Nº LXXXIX, Bogotá, 29 de junio de

1823, págs. 3-4. Reproduce un artículo del periódico {El Patriota de Guayaquil}, de 10 de mayo de 1823, escrito por el Libertador. La nota con aste­risco a pie de página es del redactor de la{ Gaceta de Colombia}.

* El redactor de la Gaceta de Colombia se ha hecho un deber de

callar en razón de que su gobierno no ha publicado todavía este tratado.

NOTAS

1) Debe entenderse que los textos subrayados pertenecen al artículo que Bolívar impugna, de la publicación argentina La Abeja Argentina.

Traducción