DOCUMENTO 5633 DECRETO MARGINAL DE BOLÍVAR, FECHADO EN BARINAS EL 12 DE MAYO DE 1821, POR EL CUAL ORDENA IMPRI­MIR EN LA GACETA DE BOGOTÁ LA REPRESENTACIÓN DEL AYUNTAMIENTO DE BUGA ACERCA DE LA CONDUCTA DEL GE­NERAL MANUEL VALDES Y DEL CORONEL JOSÉ CONCHA.*

Sección
17) Período (07ENE AL 13MAY 1821) Correspondencia Oficial

Personas

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Palabras Clave

Descripción:
Excmo. Señor Libertador:

Si V.E., lleno de la más profunda indignación, se sirvió dictar en Bogotá la providencia de 7 de enero próximo pasado para castigar a los pueblos de esta Provincia la infame conducta que se les ha imputado respecto al Ejército del Sur: este Cabildo que representa uno de ellos, lleno de la más profunda consternación, la hizo publicar, obedeciéndola con todo el respeto justamente debido al verdadero Padre de Colombia. ¿Qué impresiones tan funestas no causaría la nota de detestables a los hijos del Cauca que dignamente gozaban el renombre glorioso de beneméritos de Cundinamarca?

V.E. desde luego fue informado por conductos tan disfrazados, que sin dar lugar a dudas, inflamaron sus justificadas intenciones con el concepto más degradante que pudo colorir las pasiones desenfrenadas de la maledicencia. La esperanza de que V.E. se digne oír a esta Municipalidad, y la satisfacción de vindicar unas imposturas tan falsas como vergonzosas a sus vivos sentimientos, solamente fueron capaces de consolar sus aflicciones para no exasperar con este sello de sus desgracias.

A fin de cautelar prudentemente los progresos sutiles de la malicia a la difamación, imploró este cuerpo al Jefe de la Provincia la gracia de que previniese el ánimo de V.E., comunicándole la con­testación que se le dio en el particular con fecha 26 del mismo enero, conforme a la copia que se acompaña, por protestarse la justa defensa que por todas partes le preparan los procedimientos con que se decidió por la santa causa de la Libertad Americana desde el origen de nuestra transformación política.

No sería fuera de proposición recordarlos a V.E. para manifestar que ni los sucesos desgraciados de la República, ni las ventajas momentáneas del enemigo, ni los padecimientos pasados, han podido alterar la firmeza con que por más de diez años ha sostenido este Valle -el entusiasmo de su opinión, a esfuerzos de su valor y sacri­ficios; pero se omite esa prolijidad porque parece que debe reducir sus pasos a sincerar la conducta que ha observado al Ejército del Sur sobre la censura que motivó aquella providencia, supuesto que ella misma le brinda la ocasión más oportuna de satisfacer plena­mente a V.E. lo conveniente a la materia.

La sorpresa inesperada que padeció el Gobernador Obando [ 1 ] en Popayán alarmó a estos pueblos para procurar su defensa por cuantos medios pudieron proporcionarla con la celeridad que exigían los peligros de que el enemigo marchase sobre ellos, conceptuándolos absolutamente desprevenidos. Con los pocos oficiales, armas que escaparon, y las que se recogieron, levantaron tropas de infantería y caballería para contenerlo de algún modo mientras V.E. los favorecía con sus auxilios, según los partes que se expidieron inmediata­mente de aquel infortunio.

La escasez de armas no permitió una vigorosa resistencia, sino divertirlo en su paseo militar, de modo que horrorizado de la soledad en que le dejaron los campos, temeroso de las asechanzas de guerrillas, y aterrado de las escenas trágicas que sufrieron el Gobernador Domínguez en Quebradaseca y la tropa que introdujo el Co­mandante Rodríguez a vengar su muerte en la memorable acción de San Juanito, contramarchó a Popayán por salvarse de la suerte igual que le amenazaba.

El Vicepresidente de Cundinamarca dispuso al mismo tiempo favorecer a este Valle, dirigiendo al Ejército del Sur por la vía de la Plata, y al nuevo Gobernador José Concha por la de Ibagué [ 2 ]. La emigración asombrosa de estos pueblos le instruye de su ocupación por el General español Calzada, franqueándole cuantos auxi­lios le fueron posibles de dinero, sus personas, criados y sirvientes. Arregla mucha parte destinándola al grueso del Ejército para lla­mar la atención a Calzada por aquel término, y entrar él franca­mente por el otro a tomar las medidas convenientes a la seguridad de la empresa. Adelanta en la vanguardia al Jefe actual del Estado Mayor, Pedro José Murgueytío [ 3 ], a fin de activarla; y correspondiendo a la ejecución de sus deseos el común de estos pueblos, se facilitaron rápidamente los recursos necesarios hasta arreglar otra división res­petable de más de 800 hombres de infantería y caballería que mar­charon a guarnecer puntos interesantes en Caloto con el mismo Gobernador a la retaguardia.

De aquí el éxito feliz de operaciones en Pitayó, que debió enarbolar las banderas de su victoria hasta desatar las cadenas que aún arrastra la oprimida Quito. La suerte de Pitayó confunde al enemigo por haber perdido mucha fuerza: desampara la plaza de Popayán, huye despavorido a buscar el asilo de sus trincheras en Juanambú y Pasto, abandonando equipaje y municiones con otros artículos; y cuando se esperaba que el Ejército del Sur aprovechase esos precio­sos instantes en su persecución, interrumpe sus marchas en la plaza desamparada de Popayán.

No se alcanzó a descubrir cuáles fuesen los obstáculos para semejante deliberación. Los sucesos de Guayaquil y Cuenca acreditan las buenas disposiciones en que estaban con otros puntos fronterizos para obrar de combinación: fue auxiliado con más de 900 caballe­rías de campaña, con más de 400 muías, monturas y aparejos, con vestuarios, dinero, ganados y otros víveres suficientes. Lejos de ha­berse disminuido el Ejército, se reforzó hasta cerca de 4.000 hom­bres desesperados por coronar sus triunfos y dar a V.E. la última prueba de gratitud con sus votos por Colombia. ¿Qué mejores ventajas puede apetecer para inmortalizar su fama, libertando para siem­pre el cañón encantador de los Andes? El mismo General Manuel Valdés poco después avisó de sus marchas para Pasto porque nada le faltaba; lo ejecuta, sale a Timbío [ 4 ], de allí retrocede a Popayán, permanece un poco en esa plaza, y dejándola repentinamente a la suerte de la fatalidad, se retira a este Valle.

Los pueblos reciben con afecto al Ejército, a pesar de ver malogradas sus esperanzas: más de dos mil hombres se acuartelan en esta jurisdicción, más de quinientos en la de Cali, y el resto en guarniciones de Caloto [ 5 ]. Todo el grueso se sostuvo a costa de repartimientos comunes, de los productos escasos de las Rentas del Estado, y con otros arbitrios que tomó el Gobierno. No contentos con eso, los pueblos confederados del Cauca se prestaron voluntariamente a otras demostraciones de generosidad y consideración. Aten­dieron en sus alojamientos a los oficiales, muchos vecinos recogieron en sus casas varios enfermos para asistirlos a su costa: suministraban vestuarios a los oficiales que se interesaban en distinguir sus compa­ñías a su simple insinuación, y a este tenor otros obsequios propios del reconocimiento a sus fatigas, sin perjuicio de las erogaciones ge­nérales para el socorro común de sus necesidades.

¿Qué más podían hacer unos pueblos saqueados por los enemigos repetidas veces; devastados con frecuentes contribuciones, y últimamente sin comercio en el dilatado transcurso de la revolución? Este conocimiento, no menos innegable que notorio, no solamente los excusa aun de leves faltas; sino que agrava a cualesquiera que haya tratado de calumniarlos, porque en todo caso obran las circunstan­cias del tiempo. ¿Quién no se persuadiría, pues, que reconociendo las del presente, un Ejército Libertador hubiese tratado a los habi­tantes del Cauca como a unos amigos de la mayor satisfacción, y con las consideraciones de humanidad fraternal que demandan sus padecimientos y sacrificios en obsequio al sistema de una misma causa?

V.E. extrañará que así no fuese; mas este Cabildo certifica a su notoria justificación que los mismos enemigos no se manejaron peor que algunos cuerpos, y varios miembros de otros. Sin respetar los derechos del hombre que asegura el Gobierno de la República, se erigieron en unos arbitros absolutos de sus propiedades para ejecutar los mayores desastres. Recibían las raciones, las disipaban, y marchaban a los campos a saquear ganados y otros frutos con destrozo de las estancias. Teniendo caballerías de repartimiento, las inuti­lizaban en correrías perjudiciales, y a pretexto de proveer de ellas, salían a colectar cuantas bestias encontraban, fuesen útiles o inútiles, talando los montes más espesos para extraerlas, sin reservar si­quiera las yeguas, padrones, potros ni muletos que poco después po­drían servir a las urgencias del Estado. Las reclutas de hombres libres y esclavos se hicieron sin discernimiento alguno. Tumultua­riamente arrancaban al padre, al hijo, al hermano, del seno de las familias que hacían su subsistencia precisa con la industria de sus trabajos; arrastraban de ellos mismos a los sirvientes o esclavos que no se prestaban voluntariamente, y seducían hasta a las mujeres con las ideas de libertad absoluta a todas sus clases, sin embargo de las claras determinaciones dadas por V.E.

A su sombra se levantan también otras partidas con títulos de comisionados para iguales funciones. Así fue que casi nadie traficaba los caminos, ni los vivanderos sacaban ya los frutos de su sudor por no exponerlo todo a los lazos de la arbitrariedad. Sobre no aparecer en ninguno de tales agentes facultades propias, nunca acreditaron que se les hubiese conferido alguna autoridad legítima, ni acredita­ron tampoco que captasen la voluntad de los dueños, y mucho me­nos que les diesen aviso de sus presas para su inteligencia, y gobierno doméstico; pues aun las ejecutaban clandestinamente, procurando excusar su vista.

Finalmente, la conducta fue tan relajada que rompiendo los diques de la religión a sus pasiones desordenadas, escandalizaron estos pueblos virtuosos con el desenfreno a la prostitución de la concupiscencia, y a otros vicios, hasta llevar públicamente a su lado esas mujeres llamadas voluntarias. Bien que no es esto lo más sensible, sino el que no pocos se hubiesen atrevido a sorprender padres de familia para arrancarles de sus brazos a las hijas educadas y sujetas a un recogimiento ejemplar.

No hay necesidad de detener el discurso sobre las consecuencias perjudiciales que forzosamente ocasionaron desórdenes de tanta gravedad y trascendencia. La cría general, los ingenios de trapiche, la agricultura de otros frutos, y demás ramos locales que bañaban la fertilidad de estos países, que los socorrían, y felicitaban con su comercio, todo, todo ha decaído de su fecundidad a tocar los términos de su desolación y ruina, porque faltan los brazos, los arbitrios y recursos necesarios aun para conservar las reliquias de sus antiguos establecimientos.

Esos mismos desórdenes excitaron las deserciones. ¿Qué podía esperarse de unas tropas desenfrenadas a los vicios, y sin subordinación a la disciplina militar? Ella es la que realmente eleva a los verdaderos defensores de la Patria al rango de sus legítimos héroes. Las levas y reclutas fueron incesantes para formar otro batallón con el nombre del Cauca: nunca se completaba, porque los hombres que se colectaban se destinaban de continuo a llenar otros cuerpos: con eso se desagradaban por quedar sujetos al mando de otros oficiales desconocidos para ellos, y que no les trataban bien, observaban el libertinaje, la ruina de sus posesiones con la distracción indiscreta de sus casas; la miseria a que quedaban expuestas sus familias: las necesidades propias a que se les reducía; y últimamente los afligían las muchas muertes que se ejecutaron con una parte de desertores, fuera de otras consideraciones tristes que se les representaban a la vista para abrazar por mejor suerte de su fortuna la deserción, y su abrigo entre las fieras de los montes.

Los pocos pueblos del Valle del Cauca no pueden ser responsables a la culpa de otros. Multitud de desertores fueron castigados en Popayán con el último suplicio, y nunca resultó que en su criminalidad hubiese tenido influjo algún hijo del Cauca. Los mismos militares fueron los autores del desorden y de la arbitrariedad que pudieron exasperarlos. Contra ellos, pues, debe convertirse la pro­funda indignación con que V.E. notó de detestables a los hijos del Cauca que no han hecho más que prestarse con sus personas y facultades a discreción del Gobierno y de sus propios sentimientos de gratitud al Ejército, a beneficio de la defensa común: sobrellevar sus padecimientos, exacciones y peligros con la más recomendable resignación por sostener la justicia de la causa americana; y disfru­tar al fin de las felicidades de su empresa, dejándole esos monumen­tos de sus trabajos a la posteridad de Colombia.

Quisiera el Cabildo, Excmo. Señor, presentar a los ojos de V.E. las campiñas del Cauca, celebradas en otro tiempo justamente por su fecundidad y abundancia. V.E. admiraría una metamorfosis tan funesta. El cuadro que hoy manifiestan, decorado con los rasgos de la desolación y la muerte, haría correr sin duda las lágrimas paternales de V.E., dando al mismo tiempo un testimonio auténtico de cuanto queda expuesto. El actual Gobernador Comandante General de la Provincia, las autoridades constituidas, y todo el público, son testigos instrumentales. Ojalá se procediese a una justificación de los hechos, que el Cabildo omite producir por no distraer la atención de V.E., dignamente ocupada de la salvación del Estado. Entonces quedarían anuladas de un modo irresistible las terribles imputacio­nes con que se ha denigrado la conducta de los caucanos: quedaría enteramente satisfecho el ánimo superior de V.E. y persuadido de que los horribles males del Ejército no han dependido de los pueblos, sino de causas que ellos no han podido evitar. El Cabildo, sin embargo, espera confiadamente se digne V.E. restituirnos a su gra­cia, creyéndonos penetrados del mayor dolor por el desagrado que se ha hecho concebir a V.E. contra los hijos del Cauca, que anima­dos de las sublimes ideas de republicanismo, se honrarán siempre de haber merecido de V.E. el decoroso título de hijos beneméritos de Cundinamarca.

Dios guarde a V.E. muchos años.

Sala Capitular de Buga, y marzo 14 de 1821.

Excmo. Señor Libertador,

JOSÉ IGNACIO CARVAJAL

MANUEL CABAL

DIEGO SALCEDO

JOSÉ JOAQUÍN QUINTERO

RAMÓN DOMÍNGUEZ

MANUEL JOSÉ APARICIO

Cuartel General en Barinas, a 12 de mayo de 1821,

Para satisfacción de los que representan y de los pueblos del Cauca, se imprimirá esta exposición en la Gaceta de Bogotá; asimismo, se insertarán en aquel periódico los resultados de las informaciones mandadas instruir sobre la conducta del señor General Valdés, Comandante en Jefe del Ejército del Sur cuando se cometían los desórdenes de que se lamentan, y el señor Coronel Concha, Comandante General de la Provincia.

BOLÍVAR

Bogotá, junio 2 de 1821. Comuniqúese por la Secretaría del Interior al Cabildo de Buga el anterior decreto.

(Rúbrica de santander). Vergara

Se comunicó en el correo del 6 de junio.

« Acotaciones Bolivarianas. Decretos Marginales del Libertador pp 175-181. Fundación John Boulton. Edición conmemorativa del Sesqdcentenario de la Independencia. Caracas, 1960.

NOTAS

1) Antonio Obando (Coronel). Nombrado por el Libertador el 12 de junio de 1822 Gobernador de la Provincia de Los Pastos. Nacido en El Socorro en 1790. Estuvo en 22 batallas. Secretario de Guerra en 1831. Murió en Tocaima el 30 de diciembre de 1849.
2)
Ibagué. Véase la nota 2 del Doc. Nº 975 en el Vol. VII.
3)
Pedro José Murgueytío (Jefe del Estado Mayor del Ejército del Sur).
4)
Timbío. Población de Colombia. Departamento del Cauca, a unos 300 kms. al S.O. de Bogotá.
5)
Caloro. Ciudad de Colombia. Departamento del Cauca, a unos 65 kilómetros al Norte de Papayán.

Traducción