DOCUMENTO 5601 CARTA PARTICULAR DE BOLÍVAR PARA EL SEÑOR GUILLERMO WHITE, FECHADA EN BARÍNAS EL 6 DE MAYO DE 1821, POR LA CUAL EL LIBERTADOR INFORMA A WHITE DEL COMIENZO DE LAS HOSTILIDADES PORQUE LOS ESPAÑOLES LE NIEGAN ""EL RECONOCIMIENTO DE LA INDEPENDENCIA"". LA VERDADERA FUERZA DE UN EJERCITO ES SU FUERZA MORAL. LA OPINIÓN PUBLICA ES FAVORABLE A LOS PATRIOTAS. EN EUROPA ESTÁN COMO ENVIADOS EXTRAORDINARIOS REVENGA, ECHEVERRÍA Y ZEA. LA MUERTE DE ROSCIO HA RETAR­DADO LA INSTALACIÓN DEL CONGRESO GENERAL. NARIÑO EL NUEVO VICEPRESIDENTE.*

Sección
17) Período (07ENE AL 13MAY 1821) Correspondencia Oficial

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Descripción:
Barinas, 6 de mayo de 1821.

Al señor don Guillermo White.

Mi estimado amigo:

Mucho tiempo ha que estoy privado del placer de escribir a Vd., y ni aun he podido contestar a las frecuentes cartas con que me ha favorecido. Yo espero, sin embargo, que Vd. me dispensará en la seguridad de que desearía hacerlo todos los días si me fuese posible. Mientras los señores Roscio y Revenga han residido en An­gostura me he descargado, en parte, con lo que ellos deben haber dicho a Vd.; pero ahora, que la república ha perdido al primero, y el segundo se ha alejado en una comisión a Europa, robo un momento a mis atenciones para dedicarlo a mi amigo White, al amigo de la causa de mi patria.

En el Correo del Orinoco habrá visto Vd. que el armisticio ha terminado desde el 28 de abril en que hemos renovado las hostilidades, porque no es posible permanecer más tiempo en la inac­ción, mientras no se nos dé, como recompensa segura de los sacri­ficios que ella nos cuesta, el reconocimiento de la independencia. He tentado todos los medios imaginables por saber si los comisio­nados españoles estaban autorizados para ofrecerla, y al fin he visto con dolor, que la España, siempre mezquina, no los ha autorizado como era de esperar. No creo que tengamos mucho que temer de España en el estado de combustión y alarma en que se halla, así por la falta de consistencia en sus nuevas instituciones, como por la mala recepción que han hecho de sus novedades los soberanos de Europa; pero tampoco creo prudente completar la ruina de mi patria difiriendo más la decisión de la contienda. Jamás se me ha presentado una campaña bajo un aspecto tan favorable como la presente: todo conspira contra el enemigo y todo nos favorece. Sus tropas, aunque no son débiles en número, no tienen la fuerza mo­ral que es la verdadera fuerza de un ejército, y sus pueblos, desen­gañados, los detestan y nos esperan con ansia, mientras que nues­tros soldados se creen invencibles, y nuestros pueblos, con la espe­ranza de completar de una vez el suceso, manifiestan´cada día más entusiasmo por la libertad. En tales circunstancias sería una teme­ridad despreciar la ocasión de acelerar el término de nuestros ma­les, porque yo estoy seguro de que el medio único de que la España nos reconozca es destruirle sus esperanzas en el ejército pacificador.

El armisticio nos ha servido muy bien para prepararnos con tranquilidad y disponernos del modo más ventajoso. Nuestras divi­siones se han reforzado y disciplinado, se han provisto de todo y se han colocado de manera que no le queda al enemigo otro par­tido que el de presentar, desde luego, una batalla, que podemos nosotros aceptar o despreciar según nos convenga. Yo le aseguro a Vd. que sólo un ángel puede salir del laberinto en que está el general La Torre. Amenazado por todas partes y en todas direc­ciones por fuerzas superiores, reducido a un círculo estrechísimo de operaciones, sin subsistencia, sin cooperación de nadie, es preciso hacer milagros para no desmayar y sobreponerse a todo. Yo dudo que el ejército español tenga tal firmeza; pero aun cuando sea, no hallo nada que le prometa mejorar su condición. El plan que ha concebido el general La Torre de concentrar todas sus fuerzas en San Carlos, es el único que puede prolongar algo más su existencia en Venezuela, iras no es el que puede destruirnos ni conservar el país. Al romper las hostilidades ha abandonado a nuestro poder todo el Occidente de Caracas y aun se dice que los llanos de Cala­bozo también, de modo que no cuenta sino con el país que pisa. ¿Cree Vd. que no sea ésta la más desesperada situación?

Al abrir la campaña no temo sino las mentiras de los españoles en la Europa, por la influencia que ellas pueden tener en el ánimo de nuestros enviados y particularmente en el de Revenga y Echeverría. La consideración de que pueden ser sorprendidos con noti­cias falsas me atormenta demasiado, y me obliga a ocurrir a Vd. para que sea el órgano del desengaño. Vd. es bien conocido de todos ellos, y sólo las relaciones de Vd. pueden desvanecer la impresión que causen las imposturas españolas. Recomiendo, pues, y su­plico encarecidamente a Vd. que, por Gibraltar o por cualquiera otra vía, y por todas ocasiones, le escriba a Revenga y al señor Tiburcio Echeverría a Madrid, informándoles cuanto sepa y remi­tiéndoles nuestros papeles públicos, que he mandado le envíen a Vd. por duplicado para que los tenga abundantes y con seguridad. Vd puede contradecir y negar abiertamente todas las victorias que los enemigos se atribuyan, en la confianza de que yo mismo parti­ciparé a Vd. los reveses que suframos para que los trasmita también en su verdadero valor. Sólo Vd. pudiera tranquilizarme de las inquie­tudes que me causa el temor de un comprometimiento del señor Zea y de los señores Revenga y Echeverría, en circunstancias en que somos nosotros y no la España los que debemos dictar el tratado de paz y reconocimiento. Añada Vd. este nuevo servicio a los mu­chos que ya le debe Colombia.

Ya sabrá Vd. la muerte de nuestro buen amigo el doctor Roscio. Este desgraciado accidente ha retardado la instalación del congreso general, que se habrá instalado en los primeros días de este mes, si llega a tiempo el general Nariño, en quien ha recaído la vicepresidencia.

Yo no he podido desprenderme de la frontera para ir a presidklo y acelerarlo; pero lo he encargado muy encarecidamente al vicepresidente que tiene, por su parte, un grande interés en hacerlo.

Adiós, &.

BOLÍVAR

*Fundación Lecuna. Cartas del Libertador. Tomo III, pp. 62-64.

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