DOCUMENTO 619 CARTA DEL LIBERTADOR, DIRIGIDA A SIR RICHARD WELLESLEY, FECHADA EN MARACAY, EL 14 DE ENERO DE 1814, EN LA QUE EXPONE LA SITUACIÓN POLÍTICA DE VENEZUELA*

Sección
5) Período (01ENE AL 07SEP 1814) Correspondencia Oficial

Personas

Lugares

Palabras Clave

Descripción:
Cuartel General de Maracay, enero 14 de 1814. 4° y 2°

Sir Richard [ 1 ] Wellesley.

Señor:

Siempre he conservado en mi memoria el encargo con que Vd. me honró al separarme de esa gran capital, [ 2 ] manifestándome un vivo interés por saber los acontecimientos de esta parte del mundo, que empezaba a agitar una revolución filantrópica. Ningún acontecimiento extraordinario pudo decidirme a escribir a Vd.

La subyugación de Venezuela por sus antiguos tiranos era un suceso lamentable, que la vergüenza me prohibía trasmitir a Vd. y que el amor de Vd. a nuestra independencia hubiera recibido con amargura.

Huí de un país que volvía a poseer la tiranía; acababa de ser testigo de las perfidias del gobierno español, que después de haber firmado una capitulación en San Mateo, que aseguraba la inmunidad de las personas, no obstante sus hechos y opiniones políticas, la infringió escandalosamente; y Vd. puede considerar, aun bajo la vista misma de las Cortes y Regencia, detenidos en plazas de presidios, y reducidos a la última miseria, a los que esencialmente protege el tratado.

Cuando empezaba a ejecutarse el plan de una destrucción general, la fortuna me ofreció un pasaporte del tirano, con el cual me salvé de la borrasca. Pasé a Curazao, y de allí volé a Cartagena, cuyo pueblo generoso hacía esfuerzos por la independencia y por repeler las agresiones de los españoles. Era el momento crítico de aquella ciudad; pues las banderas enemigas, después de haber paseado toda la provincia, se hallaban inmediatas a ella. Milité bajo los estandartes republicanos, que la victoria siguió constantemente, y dirigí como jefe algunas de las últimas expediciones, lo que produjo que el gobierno de la Nueva Granada me diese cuatrocientos soldados, y un permiso para libertar a Venezuela.

Ya habían pasado diez meses de su subyugación. El sistema opresor del gobierno español, la índole cruel de los individuos de esta nación, la venganza que animaba a todos, y los resentimientos particulares, son consideraciones que harán imaginar a Vd. el espantoso cuadro, que ofrecía en estos deplorables días mi patria desdichada. En efecto, ya se hallaba en la agonía mortal.

Las mazmorras encerraban, por decirlo así, pueblos enteros. Allí, amontonados unos sobre otros, los venezolanos eran cargados de cadenas, estaban reducidos a un nocivo y escaso alimento, y perecían en aquellos sepulcros, donde un arte perverso no permitía la entrada al aire ni a la luz. Las ciudades estaban desiertas; no se veía más que a los soldados del bárbaro, insultando las lágrimas de la esposa y de la madre; pues el resto de los hombres vivía en las selvas más retiradas, donde huían de los satélites de la opresión.

Represéntese ahora Vd. que el despotismo atacó todos los estados de la sociedad. Los prófugos o los encadenados eran los agricultores, eran los comerciantes, los artesanos.

No había rentas; y el pillaje suplía a su falta. Desaparecieron los labradores, y se incendiaron sus chozas. Aldeas grandes y pequeñas fueron reducidas a cenizas. Añada Vd. que las propiedades que no podían ser saqueadas, fueron embargadas, y los fraudes de los depositarios, el abandono en que estuvieron, consumaron la ruina general.

Estos fueron los primeros pasos hacia atentados más horrorosos. No se habían visto otras escenas sangrientas, que las de San Juan de los Morros, donde los vecinos pacíficos fueron casi todos inmolados en las calles, en sus casas, y en los montes, adonde se acogieron; crueldades que ejecutaban por sus propias manos los más notables jefes españoles. Pero en aquellos días que yo me acercaba a Venezuela, empezó a correr la sangre sobre los cadalsos, y la hoz de los asesinos mutilaba las víctimas en el seno mismo del reposo doméstico.

La villa de Aragua en Barcelona, la capital de Barinas, las ciudades de Calabozo y Espino, vieron sucederse días funestos de carnicerías humanas; al tiempo que las tropas que yo mandaba, tan fieras como las águilas y aun más veloces en sus marchas, penetraban por todas partes y salvaban las víctimas. En poco más de un mes. Venezuela que ofrecía antes un aspecto desolado, se ve de nuevo cubierta de sus hijos libres; se ve resucitar la naturaleza y los hombres en los campos cultivados y en las ciudades habitadas. Las cadenas que arrastraban los americanos, doman entonces el furor de los tigres opresores. El general Mariño, [ 3 ] que en el oriente de Venezuela con cuarenta hombres había emprendido el más audaz proyecto, logró en el famoso campo de Maturín derrotar en una gran batalla a Monteverde. La isla de Margarita desarmada y teniendo en prisiones a los principales habitantes, tiene el arrojo de arrostrar al tirano y sus tropas; y auxilia después a los vencedores de Maturín que acabaron entonces de libertar las provincias orientales.

Mis primeros pasos no fueron tan felices. Había marchado a la cabeza de cuatrocientos soldados y entré en Venezuela con menos de trescientos. Sin embargo, este puñado pudo en cinco batallas campales destruir un ejército de diez mil hombres y libertar las provincias de Mérida, Trujillo, Barinas y Caracas. Arranqué entonces al orgullo español actos humillantes que aún no había ejecutado. No sólo propuso el gobierno de Caracas una vergonzosa capitulación, mas en un decreto que publicó el 3 de agosto del año pasado, nos reconoció como un gobierno legítimo.

En medio de estos sucesos carecía de grandes ejércitos; muchos españoles habían huido con el fruto de los pillajes, que ellos llamaban rentas públicas; no había marina, y la España hacía esfuerzos por sostener su tiránica dominación.

Los más extraordinarios efectos de esta inicua tenacidad, se dejaron ver a pocos días, cuando arribó de Cádiz la expedición más grande que hayan destinado contra Venezuela. La debilidad o más bien la nulidad de nuestra situación me obligaba al mismo tiempo a estar en el campo de batalla y a la cabeza del gobierno. Los recursos tenía que crearlos; y también que dirigirlos; y véame Vd. constituido por la necesidad en Jefe Supremo del Estado y General del Ejército.

Nuestras tropas se distinguían cada día con brillantes victorias. La expedición española se redujo a unos restos miserables, que no subsistirán mucho tiempo en el inexpugnable Puerto Cabello, no pudiendo resistir la estrechez de un sitio riguroso por las tropas de tierra y un bloqueo por la escuadrilla de Cumaná y La Guaira.

Peor suerte han tenido los ejércitos de Yáñez [ 4 ] y Ceballos, [ 5 ]los más numerosos que han invadido a Venezuela. En la jornada memorable de Araure quedaron completamente destruidos. Se habían formado en Coro, en el Occidente de Caracas y San Fernando de Apure con los auxilios de armas que recibieron; con los que les enviaron de Guayana, y con el fermento de sedición que levantaron en aquellos pueblos los españoles que generosamente había dejado en libertad. Algunas pérdidas que al principio experimentamos, debilitándonos, aumentaron su ejército, que ya no existe. Sucedió en Venezuela lo que yo siempre anuncié, que si la Inglaterra no se declaraba por nuestra causa, la guerra civil debía encenderse entre nosotros y sólo la pública declaración [ 6 ] de la Gran Bretaña conseguiría apagarla.

Yo ejerzo aún el poder supremo. Yo protesto sin embargo a Vd. que no son mis miras de elevarme sobre mis conciudadanos. Ansio por el momento de convocar una representación del pueblo, para transmitirla mi autoridad. El tres [ 7 ] de este mes en una asamblea popular que invité espontáneamente, justifiqué mis operaciones, presentando los informes de los tres secretarios de Estado. En un discurso que dirigí a la asamblea, terminé renunciando la autoridad. Los oradores y el pueblo se elevaron contra esta resolución, y consentí continuar de Jefe Supremo hasta el momento que, destruidos los enemigos, pudiera volver a la vida privada, protestando al mismo tiempo no recibir autoridad ninguna, aunque el mismo pueblo me la confiara.

He referido muy ligeramente a Vd. un acontecimiento sin duda extraordinario; pero como los principales sucesos se han detallado en nuestros papeles, yo me tomo la libertad de remitir a Vd. a ellos para que los considere en toda su extensión.

Permítame Vd. entre tanto suplicarle recomiende mi afecto al Lord su padre, el Marqués de Wellesley, [ 8 ] cuya bondad se sirvió distinguirme en el tiempo que residí en esa capital. Sufra Vd. que mi débil voz eleve hasta él y hasta Vd. mi sincero júbilo por los triunfos inmortales del gran Lord Wellington. [ 9 ] Su gloria no es más sensible a Vd. y a su ilustre padre que a mí, interesado tanto en los sucesos de Inglaterra, como unido por el más vivo afecto a la excelsa familia de Vd. Tanto más celebro estas victorias, cuya memoria durará junto con el mundo, cuanto que las creo favorables a la independencia de la América. Aunque ellas aseguran también la de la España, el gabinete de San Jaime [ 10 ], decidido siempre por la emancipación de la América, la escudará con su protección, y sobre todo el Lord Marqués Wellesley, un tan gran resorte para el gobierno de la nación, la hará inclinar en favor de la más justa de las causas.

Fueron desde el principio mis primeras disposiciones enviar agentes extraordinarios cerca de S. M. B.; pero he querido más bien aguardar el momento en que he juzgado asegurada nuestra suerte, para pedir la amistad y auxilios de la nación poderosa de que es Vd. un principal ornamento.

Soy con la mayor consideración de Vd. atento servidor Q. B. S. M.

SIMÓN BOLÍVAR.

* De fotografía del original, conservado en el Public Record Office, Londres (F. O. 72/169), escrito de letra de Jacinto Martel. La firma y rúbrica son autógrafas de Bolívar. Sobre el destinatario, hijo del Marqués de Wellesley, véase el Doc. N° 60, en la Correspondencia Oficial. Sobre la población donde está firmado este documento, véase la nota principal del Doc. N° 279, en la Correspondencia Oficial.

NOTAS

1) Escrito ""Ricard"".
2)
Se refiere a Londres, donde residía Wellesley.
3)
Santiago Mariño.
4)
José Yáñez.
5)
José Ceballos.
6)
La palabra ""declaración"" figura entre líneas.
7)
Así dice, aunque la reunión se celebró el 2 de enero.
8)
Sir Richard C. Wellesley. Véase la nota principal del Doc. N° 59, en la Correspondencia Oficial
9)
Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington. Véase la nota principal del Doc. N° 59, en la Correspondencia Oficial.
10)
El Gabinete británico.

Traducción