DOCUMENTO 97. EL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR DIRIGE DESDE CARACAS, EL 14 DE JULIO DE 1812, AL GENERAL MIRANDA EL PARTE OFICIAL DE LA PÉR­DIDA DE PUERTO CABELLO.*

Sección
3) Período (14OCT 1795 AL 05AGO 1813) Correspondencia Oficial

Personas

Lugares

Palabras Clave

Descripción:
Honorable Generalísimo:

Cumpliendo con mi deber tengo el dolor de haceros una relación circunstanciada de los sucesos desgraciados que han obligado a la plaza de Puerto Cabello [ 1 ] a sucumbir. Hallándome en mi posada a las doce y media de la tarde, el día 30 del próximo pasado, llegó apresuradamente el Teniente Coronel Miguel Carabaño [ 2 ] a darme la noticia de que en el Castillo de San Felipe se oía un ruido extraordinario, y se había levado el puente según se le acababa de infor­mar por una mujer. Que el Coronel Mires [ 3 ] había ido inmediata­mente a saber la novedad que ocasionaba aquellos movimientos. Aún no había bien llegado al Castillo dicho oficial, cuando se le intimó desde lo alto de la fortaleza, que se rindiese, o se le haría fuego; a lo cual respondió con la negativa y revolviéndose hacia el bote que le había conducido allí, se reembarcó y volvió a la plaza.

Inmediatamente después de este acontecimiento empezó el fuego del Castillo sobre la ciudad, enarbolando una bandera encarnada y victoreando a Fernando VII.

Un momento antes de comenzar el fuego había venido a mi casa el Comandante del Castillo Teniente Coronel Ramón Aymerich [ 4 ] a quien pregunté qué novedad era aquella que sucedía en el Castillo, y me respondió ignorarla; entonces supe que el oficial destacado allí era el Subteniente del Batallón de Milicias de Aragua, Francisco Fernández Vinony [ 5 ] el cual, de acuerdo o seducido por los presidiarios y reos de estado que estaban en aquella fortaleza, se habría sublevado para cooperar con las fuerzas del enemigo. En consecuencia mandé reunir todas las tropas que se hallaban dentro de la plaza y al mando del Coronel Mires, y Teniente Coronel Carabaño, tuvieron orden de cubrir los puestos más avanzados hacia el muelle, y la fortaleza del Corito; así lo ejecutaron y rompieron el fuego de artillería y fusilería contra los rebeldes; el que fue sus­pendido poco tiempo después por orden mía, con el objeto de man­dar al Castillo la intimación que consta bajo el número primero, en que les ofrecía libertad, vida y bienes, a condición de que le entre­gasen con todos los efectos y demás pertrechos de guerra que en él se hallaban. Se me contestó según el número segundo que rin­diese la plaza; enviase a buscar al ciudadano Domingo Taborda [ 6 ] entregase ínterin el mando al teniente coronel Garcés [ 7 ], y fuese yo personalmente en compañía del coronel Jalón[ 8 ] y teniente coronel Carabaño a concluir aquel convenio en el Castillo.

Hice segunda intimación notificando a los sublevados que si no cesaban sus fuegos y se rendían en el término de una hora, no tendrían después perdón, y serían pasados al filo de la espada; la contestación fue negativa en los mismos términos que la primera (número tercero).

Repetí tercera intimación (numero cuarto) que no tuvo contes­tación alguna porque los fuegos de ambas partes se cruzaban, y era ya de noche.

Viendo la obstinada resistencia de los reos me determiné a batirlos con todas las fuerzas que estaban a mi mando; para lo cual marchó a la Vigía del Solano [ 9 ] el Capitán Montilla [ 10 ] a rele­var al Teniente Coronel Garcés que la mandaba, con orden de hacer fuego desde allí; pero observando que no alcanzaban sino por elevación y sin ningún acierto, juzgué más conveniente hacerlo cesar para ahorrar las municiones. Y después de haber tenido una confe­rencia con Garcés lo devolví a su destino, por haberlo hallado en mi concepto inocente, y más que todo, porque su popularidad y gran crédito entre la clase de pardos, lo hacían temible si se le hacía el ultraje de quitarle el mando y desconfiar de él como sospechoso; y en este caso no me quedaba recurso alguno para sostener la plaza, pues los únicos que la defendían eran pardos.

El bergantín Celoso bajo los fuegos del enemigo salió del puerto con la mayor bizarría y aunque con algún descalabro lo salvamos. El bergantín Argos se sostuvo por nosotros a pesar de los repetidos cañonazos que le tiraron y la marinería a nado vino a tierra. El Comandante del apostadero, C. Juan Bautista Martinena [ 11 ], fue sorprendido a bordo de su buque y conducido al Castillo donde permanece preso, con la mayor severidad.

La goleta Venezuela la tomaron y llevaron parte de la marinería al Castillo.

Toda la noche del día 30 hubo un combate el más obstinado de artillería y fusilería entre el Castillo y nuestras baterías; éstas estaban cubiertas de nuestras tropas que se portaron con un valor extraordinario; y en particular el Teniente Coronel Carabaño y el Capitán Granados que fue muerto de un tiro de metralla, como también varios cabos, sargentos y soldados.

La causa que tuvo, según las conjeturas, el Subteniente Vinony para vender la fortaleza, fue hallarse quebrado de los fondos de su compañía, por una parte, y la seducción de mando o riqueza que esperaba este traidor por recompensa de su felonía, luego que los reos de estado estuviesen en libertad y su paisano Monteverde [ 12 ] se apoderase de la plaza.

Este oficial indigno de serlo, es un hombre de una conducta detestable, sin honor y sin talento. Yo ignoraba todo esto.

El Comandante del Castillo Ramón Aymerich, que vivía en él, es inculpable; además de ser un oficial de honor e inteligencia, es tan prolijo en el cumplimiento de sus deberes, que es dudoso se halle otro alguno tan capaz de gobernar el Castillo de San Felipe con el celo y vigilancia que él; éste había sido su destino mucho tiempo antes y lo desempeñaba a toda satisfacción, como es notorio.

En cuanto a haber acopiado en el Castillo víveres para subvenir a la mantención de 300 hombres para tres meses, es claro que nada era más indispensable que esta medida, para en caso que fuese sitiado, como no era imposible en el estado actual de las cosas.

El haber almacenado la mayor parte de la pólvora en dicho Castillo era de igual necesidad; porque en los almacenes que se hallaban fuera de la ciudad no estaba segura, y por esta razón la había mi antecesor transportado a la goleta Dolores, que tampoco presentaba más seguridad, sobre todo cuando el Comandante Martinena me ofició repetidas veces que la pólvora iba a perderse total­mente porque la goleta hacía agua. El resto de las municiones han tenido siempre sus almacenes en el Castillo, como el puesto más seguro y retirado del enemigo.

A las dos de la tarde, del mismo día 30, os di el primer parte de este acontecimiento (número 5). A las tres de la mañana [ 13 ] os di el segundo, repitiéndoos lo mismo que en el anterior (número 6).

El día I9 de julio el enemigo continuó sus descargas de artillería y fusilería contra la ciudad del modo más terrible y mortífero, causando tantos estragos en las casas y habitantes, que arrebatados éstos de un terror pánico, hombres, mujeres, niños y ancianos, em­pezaron a abandonar sus hogares, y fueron a refugiarse a los cam­pos distantes.

Dos marineros del bergantín Argos, mandados por nosotros, le cortaron los cables, y vararon hacia nuestra costa, con el doble objeto de aprovechar sus pertrechos y cuanto fuese útil, y así evitar que el enemigo se apoderase de él; pero apenas vieron éstos perdida la esperanza de tomarlo, cuando empezaron a cañonearlo con mu­cha frecuencia, y al cabo de dos horas de hacerle fuego, lograron acertarle una bala roja que incendiándolo lo voló y convirtió en cenizas, produciendo un temblor tan universal en la ciudad, que rompió la mayor parte de los cerrojos de las puertas de las casas y rindió muchas de ellas; de cinco marineros que estaban extra­yendo los efectos del Argos, dos se salvaron y tres perecieron.

El Capitán Camejo[ 14 ] que se hallaba a la cabeza de 120 hombres en el destacamento de Puente del Muerto[ 15 ], se pasó con toda su tropa y oficiales, en este día, a Valencia, seducido por Rafael Her­moso[ 16 ] oficial de contaduría, que la noche antes había desertado de la plaza y fue a llevar al enemigo la noticia del suceso del Castillo.

En todo el día primero estuve combinando la operación única que podía hacernos dueños del Castillo, y era la de asaltarlo con 300 hombres, por la parte del hornabeque que es la más accesible; pero la dificultad de buques menores para transportar los soldados fue un obstáculo invencible y no obstante el entusiasmo que tenían las tropas y los patriotas en aquel momento, no pude aprovecharlo por el insinuado inconveniente.

El día 2 los insurgentes siguieron siempre sus tiros de artillería, aunque con menos fuerza que los anteriores; pero el terror que in­fundió en los habitantes el fuego destructor del Castillo, los acobardó de tal modo, que en este día desapareció todo el mundo de la ciudad, no quedando en ella arriba de 200 hombres de la guarnición y rarísimos paisanos.

Conociendo la importancia de retener a los habitantes de la ciudad, y contener la deserción de las tropas, tomé desde el principio todas las medidas de precaución que puede dictar la prudencia: pri­meramente, puse guardias en las puertas de la ciudad; mandé patrullas fuera de ella a recoger los que se refugiaban en los campos; oficié a la Municipalidad y Justicias para que cooperasen a esta medida, comprometiéndolos fuertemente; rogué a los párrocos exhor­tasen a sus feligreses para que viniesen al socorro de la Patria; mas todo inútilmente porque desde el venerable Padre vicario hasta el más humilde esclavo, todos la abandonaron, y olvidándose de sus sagrados deberes dejaron aquella ciudad casi en manos de sus ene­migos.

Los soldados, afligidos al verse rodeados de peligros y solos en medio de ruinas, no pensaban más que en escaparse por dondequiera, así es que los que salían en comisión del servicio no volvían, y los que estaban en los destacamentos se marchaban en partidas.

El día 3 no ocurrió novedad particular excepto la de haber reci­bido un oficio (número 7)[ 17 ] del alcalde de primera elección[ 18 ] en que solicitaba una junta para tratar sobre los acontecimientos del día, con el objeto real de comprometerme a capitular con el enemi­go, según me insinuó el mismo alcalde y algunos regidores; a lo que contesté que primero sería reducida la ciudad a cenizas, que tomar partido tan ignominioso, añadiendo que jamás había tenido tantas esperanzas de salvar la ciudad, como en aquel momento en que acababa de recibir noticias favorabilísimas del ejército y que el enemigo había sido batido en Maracay[ 19 ] y San Joaquín[ 20 ] y para más apoyar esta ficción hice publicar un boletín anunciando estas noticias, haciendo salvas de artillería y tocando tambores y pífanos para elevar de este modo el espíritu público que se hallaba en abati­miento extremo. Logré un tanto mi designio y se concibieron por entonces esperanzas de salud.

El día 4 los insurgentes redoblaron sus fuegos para atemorizarnos en aquel mismo día en que ellos esperaban nos atacasen los corianos; así sucedió por la parte del Puente del Muerto, camino de Valencia, en donde estaba un destacamento nuestro de 100 hombres a las órdenes del Coronel Mires, el cual rechazó al enemigo, y persiguió victoriosamente hasta donde estaba su cuerpo de reserva que refor­zado entonces en número muy superior al de los nuestros, obligó al coronel Mires a retirarse al Portachuelo, a distancia de una milla de la ciudad en donde le mandé detener y esperar socorros de municiones y tropa; en esta acción la pérdida fue igual de ambas partes; y nuestros soldados se portaron con valor.

Yo mandé en este día aumentar las municiones de boca y guerra de todas las alturas, con el fin de hacer en ellas una obstinada defensa, en el caso extremo de no poder defenderme dentro de la ciudad, como era muy probable, porque ya la guarnición apenas montaba a 141 hombres (número 8), como consta por este docu­mento; porque la defensa que debíamos hacer contra los corianos era precisamente en la batería de la Princesa, bañada por los fuegos del Castillo; y consiguientemente atacada por la espalda como por el frente.

El mayor inconveniente que presentaba la defensa dentro de la ciudad era la carencia de agua, que habría sido absoluta, porque los enemigos, apoderándose del río, nos impedirían el tomarla; y no pudiendo recurrir al pozo del Castillo, no habría otro partido que rendir la plaza, o morir de sed; pues el expediente de hacer excava­ciones para extraer agua no es adaptable en Puerto Cabello, porque estando la ciudad a nivel del mar el agua es impotable.

El día 5 el enemigo atacó el destacamento del Palito[ 21 ] que estaba al mando del Subteniente Cortés[ 22 ] el que fue totalmente derrotado sin que escapase más que el oficial y cinco soldados sin armas. Esta novedad llenó de consternación a los poquísimos solda­dos que me quedaban, no menos que a los oficiales de la guarnición, como que se hallaban cercados por todas partes y sin esperanzas. Entonces yo, de acuerdo con los Coroneles Mires y Jalón, determiné reunir el mayor número de tropas que fuese posible, y atacar con ellas primero a los enemigos más inmediatos, y después a los que estaban más distantes, para evitar así, si era posible, la reunión de sus fuerzas totales en las avenidas de la ciudad; en donde no era posible resistirlos por las razones que tengo expuestas.

El Coronel Mires con el Coronel Jalón y Capitán Montilla tu­vieron orden de marchar inmediatamente con 200 hombres a ata­car al enemigo a San Esteban[ 23 ]. Allí encontraron un fuerte cuerpo de corianos compuesto de infantería y caballería, el cual fue atacado por nosotros, pero con tan desgraciado suceso que a la media hora de combate, sólo pudimos reunir 7 hombres, porque los demás fueron muertos, heridos, prisioneros y dispersos; habiendo quedado el Coronel Jalón que mandaba la derecha envuelto por los enemigos con el corto número de soldados que le seguía, sin que hayamos podido tener noticia alguna de este benemérito y valeroso oficial, cuya pérdida es bien lamentable y costosa.

Hallándose el Coronel Mires en esta cruel posición, tomó el partido de retirarse a la plaza con la guardia que había dejado en el Portachuelo, y por orden mía fue a situarse al fuerte del Trincherón, en donde había un destacamento de 30 hombres, grande acopio de pertrechos y municiones de boca y guerra, que anticipa­damente había hecho almacenar allí para sostenerme en aquel puesto hasta el exterminio, como el más propio para ello, en razón de su fuerte situación y fácil comunicación con el puerto de Borburata[ 24 ], en donde estaban anclados el bergantín Celoso, las lanchas cañoneras y transportes con víveres.

La ciudad quedó reducida a 40 hombres de guarnición y consiguientemente era imposible se sostuviese contra el Castillo, guar­necido de 200 hombres y los destacamentos corianos que cubrían ya las avenidas de la plaza. El número de estos destacamentos no es fácil fijarlo porque sus avanzadas fueron las que derrotaron nuestras partidas, mas yo conjeturo que el enemigo no excedería de 500 hombres.

Las alturas estaban municionadas para sostener un sitio de tres meses; sobre todo, la Vigía de Solano, que es inexpugnable; sus fuegos, es verdad, son poco temibles al enemigo, por ser demasiado fijantes; pero podría servir de padrastro contra la plaza, y favorable a nosotros, cuando volvamos a tomar aquella ciudad. El comandante de estas alturas era el Teniente Coronel Garcés, hombre reputado por un respetable ciudadano, y el corifeo de los militares de la clase de pardos; amado de éstos, y estrechamente ligado con los que se dicen patriotas. Por estas consideraciones, y saber yo evidente­mente que si le despojaba del mando de aquel puesto, se aumenta­ría el embarazo en que me hallaba para defender la plaza, juzgué prudente continuarlo en él, en lugar de quitárselo. Nada deseaba yo tanto como encerrarme en aquella fortaleza para sepultarme entre sus ruinas; pero ¿con qué tropas podría ejecutar resolución tan glo­riosa? No las tenía; al contrario, estaba rodeado de soldados llenos de pavor, y consiguientemente prontos a la infidencia y deserción. Tampoco era justo que diese el mando a uno de los valerosos oficia­les que me sostuvieron hasta el fin; pues habría sido un sacrificio tan cruel como perjudicial a las armas de Venezuela, por la falta que nos haría cualquiera de ellos.

En la mañana del 5 ya mi situación era tan desesperada que nadie juzgaba pudiese mejorarse; y por esta causa me instaban de todas partes para que tratase de proporcionarme una retirada, aunque sólo fuese para mi persona y la plana mayor (como consta del número 9). Sin embargo, mi resolución no varió jamás un punto de batirme mientras hubiese un soldado. Para esto di orden al Mayor de plaza, Campos[ 25 ] para que mantuviese el fuego y sostuviese la ciudad hasta el extremo; que yo por mi parte molestaría al enemigo en el campo y ciudad exterior, con las alturas y el Trincherón: su contestación fue la que se halla bajo el número 10.

El día 6 al amanecer tuve noticia que la ciudad acababa de capi­tular, por el documento (número 11) en que el C. Rafael Mar­tínez[ 26 ] oficiaba al comandante de las alturas para que siguiese la suerte de la ciudad. En este estado traté de hacer un reconocimiento de la derecha del Trincherón para observar si podría ser atacado por el frente y espalda. Yo fui en persona a hacer este reconocimiento, y aún no había concluido esta operación cuando ya se habían de­sertado los pocos soldados que cubrían el Trincherón, pues la noche antes habíamos perdido muchos de ellos. Además los Capitanes Figueroa y Rosales capitularon de cobardes con el enemigo, y entregaron el fuerte sin consultar a otros jefes superiores que había en él y sus inmediaciones.

El Coronel Mires, Tenientes Coroneles Carabaño y Aymerich, Ca­pitán Montilla, el Comandante de ingenieros Capitán Bujanda[ 27 ] mi secretario Ribas[ 28 ] y dos oficiales más se vieron solos y vinieron a la playa de Borburata a embarcarse en el Celoso, pudiendo por fortuna y a riesgo de nuestra libertad embarcar los pertrechos que teníamos y los víveres que poseíamos, teniendo por desgracia que dejar dos obuses de bronce por falta de quien los condujese a la playa.

En fin, mi General, yo me embarqué con mi plana mayor a las nueve de la mañana abandonado de todo el mundo; y seguido sólo de 8 oficiales que después de haber presentado su pecho a la muerte y sufrido pacientemente las privaciones más crueles, han vuelto al seno de su Patria a contribuir a la salvación del Estado y a cubrirse de la gloria de vuestras armas. En cuanto a mí, yo he cumplido con mi deber, y aunque se ha perdido la plaza de Puerto Cabello, yo soy inculpable y he salvado mi honor. ¡Ojalá no hubiese salvado mi vida y la hubiera dejado bajo de los escombros de una ciudad que debió ser el último asilo de la libertad y la gloria de Venezuela!

Caracas, 14 de julio de 1812.

SIMÓN BOLÍVAR.

P.D.—Después de habernos embarcado se reunieron sobre 40 soldados de Aragua que se hallaban dispersos y se embarcaron en los transportes y lanchas, como también más de 200 fusiles, muni­ciones de boca y algunos paisanos.

S. B.

Anexos que se mencionan en el Documento

N° 1.—[Comunicación de Bolívar fechada en Puerto Cabello el 30 de junio de 1812, dirigida: ""A los individuos que actualmente se hallan en el Castillo de San Felipe"". (Doc. N° 91).]

N° 2.—El comandante del castillo de San Felipe, de la plaza de Puerto Cabello, ha hecho enarbolar el pabellón del rey nuestro señor don Fernanda VII, y como sus fieles vasallos prometen defenderlo hasta derramar la última gota de sangre, ha intimado la rendición de la plaza al coman­dante de ella, inteligenciado que lo demás es una temeridad y querer de­rramar sangre inútilmente. Pide después de dicha entrega por coman­dante de la misma plaza al ciudadano Domingo Taborda, despachando inme­diatamente a buscarle con un bote; y en el ínterin que venga, que quede por sustituto el ciudadano Faustino Garcés; viniendo para este convenio los comandantes de la plaza, artillería y cuerpo veterano, ciudadano Simón Bolívar, Diego Jalón y Miguel Carabaño.

Dios guarde a Ud. m. a. — Castillo de San Felipe, 30 de junio de 1812.

— Francisco Fernández Vinony. — Ciudadano comandante de Puerto Ca­bello, Simón Bolívar.

N° 3.—Todo lo que no sea venir a este castillo los comandantes nombrados en el primer oficio es superfluo tratarse, porque todos los individuos de él están resueltos a perder su vida antes de rendirse, y por lo que respecta a cesar los fuegos, se verificará en el momento que se rinda la plaza o suspenda los suyos y toda operación militar, y vengan acá los sujetos nombrados.

Dios guarde a Vd. m. a. — Castillo de San Felipe, 30 de junio de 1812.

— F. Fernández Vinony. — Sr. comandante de la plaza, Simón Bolívar.

N° 4.—[Comunicación de Simón Bolívar, de fecha 30 de junio de 1812, dirigida al: ""Sr. Comandante del Castillo de San Felipe"". (Doc. N° 92)]

N° 5.—[Comunicación de Simón Bolívar a Francisco de Miranda, del 30 de junio de 1812. (Doc. N° 93)]

N° 6.—[Comunicación de Bolívar a Miranda del 1° de julio (i. e. 30 de junio). (Doc. N° 95)]

N° 7.—Conviene a k felicidad de esta ciudad y a nuestro propio honor, el que tengamos una junta de cabildo el día de hoy para tratar sobre las extraordinarias ocurrencias que ha habido desde el 30 de junio próximo, en cuya inteligencia he mandado citar los miembros de la municipalidad para esta tarde a las tres, debiendo reunirse en la casa del C. Pedro Herrera como más segura de los fuegos que hacen del castillo de San Felipe, y espero os sirváis asistir a dicha junta, pues debe determinarse el asunto con vuestro acuerdo. — Dios os guarde ms. as. — Puerto Cabello, julio 3 de 1812. — José Domingo Gonell. — C. Comandante político y militar de esta plaza.

N° 8.—Estado que manifiesta la fuerza con que se halla la cortina de la plaza de Puerto Cabello.

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...................................................Ofic. Sarg. Tamb. Cab. Sold. Total[ 29 ]

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Casa del Capitán del Puerto ........ 1 .... » ...... » .... 1 ..... 5 ..... 6

Artillería ...................................... » .... 1 ...... » ..... 2 ..... 8 ..... 11

Id. 2° cañon ................................ » .... » ...... » ..... 1 ..... 7 ..... 8

Infantería 3er. punto ................... » ..... 1 ...... » ..... 2 ... 12 .... 15

Cortina de la izquierda ............... » ... » ...... » ..... » ..... » ...... »

Infantería del Corito .................... » .... » ...... » ..... 1 ..... 18 ... 19

Artillería ....................................... 1 .... » ...... » .... 2 ..... 16 .... 18

Id. de la factoría .......................... 1 .... 1 ...... » ..... 3 .... 8 ..... 12

Casa de D. Gaspar ....................... 1 .... 2 ..... 1 .... 3 ..... 15 ... 21

Hospital, punto de la izquierda ... 1 .... 1 ..... » .... 2 .... 10 ... 13

Artillería .................................... » .... 1 ..... » ..... » ..... 7 ..... 8



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Total ........................................................................................ 131

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Juan Campos.

Ciudadano Comandante General del Trincherón.

Señor Comandante: Ochenta y un infantes tiene la guarnición de murallas para adentro. — Jalón.

N° 9.—P. D. La llegada a este buque de los ciudadanos Carabaño, Monasterios, Herrera, Champaña y otros, me obligó a mandaros al último a tratar con vos, sobre el mejor partido que conviniese tomar. Ellos me pintaron vuestra situación sin esperanza, pero vuestro último oficio me anuncia lo contrario, y aunque se lo he manifestado, permanecen a bordo.

Dios os guarde. — Bergantín Zeloso en la boca de Borburata a 5 de julio de 1812. — Pedro del Castillo. — C. comandante de la plaza de Puerto Cabello.

N° 10.—Ahora que son las diez y media de la noche acabo de recibir vuestro oficio y en contestación os digo: que me sostendré cuanto sea po­sible en la plaza, pero debo advertiros que me hallo con pocas municiones de toda arma. Habiendo recorrido la línea he hallado alguna gente de me­nos, que creo se habrán ido para el Trincherón en cayucos, como lo ha hecho el comandante de marina. Espero que me comuniquéis con oportunidad cuanto creáis útil para mi conservación, y salvar la tropa que se halla en la plaza. — Puerto Cabello, julio 5 de 1812. — Juan Campos. — Ciuda­dano comandante general del Trincherón.

N° 11.—Habiendo tenido en consideración la situación de nuestra plaza, la de haberse separado de ella las autoridades que en ella se hallaban, como haberse ido al punto del Trincherón, y dejar esta plaza expuesta a perecer sus habitantes, como es probable, en esta consideración se ha capitulado, este pueblo interior, entre varios vecinos de él, con las condiciones de no padecer en cosa alguna ni sus personas, intereses, ni empleos: en esta vir­tud verá V. arbolado el pabellón del señor don Fernando VII; quedo per­suadido que Vd. se agregará a este partido, para lo cual arbolará el mismo pabellón y de no me contestará lo mismo. — Dios guarde a Vd. ms. as. Plaza interina de Puerto Cabello, 5 de julio de 1812. — Rafael Martínez. Sr. comandante de las Vigías de Puerto Cabello.

* La Comisión no ha podido examinar el original de este importante documento. Las fuentes utilizadas han sido las Memorias de O´Leary, correspondencia oficial, pp. 44-55; El General Miranda, del Marqués de Rojas, París, 1884, pp. 649-661, y la copia manuscrita del Archivo Yanes, correspondencia oficial, ""Documentos de la Relación Documentada"", conservado en la Acade­mia Nacional de la Historia, Caracas. Esta última es de letra de copista, posterior a la muerte de Francisco Javier Yanes, y es incompleta, tanto en el cuerpo de la comunicación de Bolívar como en los documentos anexos citados en el texto. Hemos seguido, preferentemente, por tanto, la versión de O´Leary, compulsada con la del Marqués de Rojas. Damos, al pie del parte, los documentos citados en el texto, salvo los firmados por Bolívar, que figuran en el lugar que les corresponde por sus fechas. Constan, entonces, las necesarias referencias. Acerca del destinatario, Ge­neral Francisco de Miranda (Caracas, 1750- La Carraca, Cádiz, 1816), véase el doc. N° 62, nota principal.

NOTAS

1) Véase la nota 5 del doc. N° 66, correspondencia personal.
2)
Véase la nota principal del doc. N° 110.
3)
José Mires, militar de origen español que sirvió a la causa repu­blicana desde 1810 hasta alcanzar el grado de General. Murió en 1829, durante la guerra entre Colombia la Grande y el Perú.
4)
Militar español, perteneciente al Cuerpo de Ingenieros, que estuvo activo en Venezuela desde fines del siglo XVJII.
5)
Su segundo apellido aparece escrito en otros documentos así: ""Vinoni"". En diversos textos se le atribuye el grado de Teniente hacia esa época. En todo caso, a raíz de su insurrección, fue ascendido por las autoridades realistas a Capitán de Milicias y se le confió luego el cargo de Comandante del Resguardo de la ciudad de San Felipe el Fuerte (Yaracuy). Para otros datos, véase el doc. N° 91, nota principal.
6)
Natural de Puerto Cabello, donde había nacido hacia 1768. Se alistó en la Compañía de Milicias de Artillería de Blancos de Puerto Ca­bello en 1794. En 180 fue ascendido a Subteniente, grado que ostentaba aún en 1808. En 1811 era Capitán de Artillería.
7)
Faustino Garcés (1761-1823), militar venezolano, natural de Coro. Se alistó como soldado en el ejército en 1776. Ascendió por escala hasta el grado de Capitán en 1797, y más tarde al de Teniente Coronel.
8)
Diego Jalón. Véase la nota 1 del doc. N° 96.
9)
Fortaleza situada en las inmediaciones de Puerto Cabello.
10)
Tomás Montilla, más tarde General, había nacido en Caracas en 1787.
11)
Oficial de la Marina republicana, oriundo de Vizcaya. Mantenido prisionero por los realistas, murió en el Castillo de Puerto Cabello en enero de 1813.
12)
Domingo de Monteverde y Rivas (La Laguna, Canarias, 1773 - Cádiz, 1832). Oficial de la Marina Española. Se halló en Trafalgar y en el sitio de Tolón. Con la Infantería de Marina combatió en la Penín­sula contra los franceses en Talavera y en Ocaña. En 1812, con el grado de Capitán de Fragata, se hallaba en Coro, desde donde emprendió la ofensiva que condujo a la desaparición de la Primera República. Com­batió contra Bolívar en 1813 y resultó herido. En 1817 fue ascendido a Brigadier, y a Jefe de Escuadra al año siguiente. En 1825 era, en Es­paña, Comendador de los Tercios Navales.
13)
Obviamente, del 1° de julio, como se ha indicado ya en otro lugar.
14)
Juan José Camejo. Véase el doc. N° 94, nota principal.
15)
Fuerte posición defensiva en el camino de Valencia a Puerto Ca­bello.
16)
Era natural de Puerto Cabello, donde había nacido hacia 1782. Es posible que se trate de la misma persona que se estableció luego en Coro, fue diputado de esa Provincia a la Convención de Ocaña en 1828, y vivía aún en Coro en 1841.
17)
Yánez dejó de insertar los documentos anexos números 5 y 6, por lo que aquí refiere al documento N° 5, que en los demás textos es el 7.
18)
José Domingo Gonell. Tal vez pariente del prócer guaireño Nar­ciso Gonell (1800-1873).
19)
Ciudad situada entre Caracas y Valencia, aunque más cerca de esta última. Actualmente, capital del Estado Aragua.
20)
Pueblo del actual Estado Carabobo, entre Valencia y Maracay.
21)
Punto situado al occidente de Puerto Cabello, en la costa.
22)
Manuel Cortés Campomanes, nacido en España en 1778. Fue maestro en su patria, donde conspiró para implantar la República. Con­ducido preso a La Guaira, participó en la revolución de Gual y España en 1797. Participó luego en las luchas por la independencia de Venezuela y la Nueva Granada. Su huella vital se desvanece en Europa hacia 1826.
23)
Población situada en las cercanías de Puerto Cabello.
24)
Al este de Puerto Cabello.
25)
Juan Campos. Se conocen datos de dos militares de ese nombre. Uno de ellos, nacido en Castilla hacia 1745, llevaba 14 años como sar­gento primero en 1785. El otro, natural de Briviesca, Castilla, nacido hacia 1779, era Subteniente en 1808 y Ayudante del Batallón de Milicias dis­ciplinadas de Pardos de Caracas. Probablemente se trata del segundo.
26)
Coronel Rafael Martínez, natural de Puerto Cabello y sobrestante de las obras de fortificación antes de 1810. Fue luego miembro de la So­ciedad Patriótica, Comandante de una lancha cañonera y miembro del Ca­bildo Municipal de Puerto Cabello. Se unió a la contrarevolución iniciada por Fernández Vinoni.
27)
Juan José Bujanda, quien fue promovido a Subteniente de Inge­nieros en 1810 por la Junta de Caracas, y a Teniente y Capitán del mismo Cuerpo en 1811, por el Poder Ejecutivo.
28)
Francisco Rivas Galindo, natural de Caracas, quien tomó parte, muy joven, en la Revolución de 1810. Había nacido hacia 1795. Era en esta época Secretario de Bolívar. Más tarde viajó por Europa, donde ejerció funciones diplomáticas; ocupó destacadas posiciones políticas en Chile. Su huella se pierde hacia 1826.
29)
En los totales parciales, así como en el total general, no están com­prendidos los oficiales.

Traducción