Quito, 21 de junio de 1822.
A los generales Marqués del Toro y Fernando Toro.
¿Será verdad, mis queridos amigos, que están Vds. en Caracas? [1] Yo me doy la enhorabuena si esta noticia no es falsa, porque, al fin, la parte de esperanzas que Vds. podían conservar, se habrá cumplido, y ya los males serán menores en el seno de la patria, de la familia y de la amistad. Mucho gozo he sentido al saber de un modo muy vago que Vds. han venido a ver los hogares que tanto tiempo ha habían abandonado. En medio del tumulto de la guerra, y en medio de las agitaciones de los negocios públicos, mi amistad ha tenido un momento de placer pensando que mis queridos Toros serán muy pronto abrazados, rodeados de los objetos que más aman. Yo iré a Caracas a principios del año que viene, y nada exagero al decir que mi mayor deseo será volver a estrechar en mis brazos a mis más queridos y más desgraciados amigos, aunque los más dignos de ser los más afortunados.
Vds. habrán visto por mi proclama de Pasto [2], que la paz y la libertad han marchado tras los pasos del ejército de Colombia; que de guerra, nada nos falta que hacer.
Este hermoso país, tan colombiano [3] y tan patriota, que ninguno le excede en estos sentimientos, es bien fértil, poblado, y ofrece las más bellas esperanzas; formará el más grande departamento [4] de Colombia, y el General Sucre [5], su libertador, lo mandará con el mayor aplauso de sus pueblos.
Yo estaré algunos meses por esta parte; después, a fines del año, iré a Bogotá a renunciar mi presidencia, porque ya he concluido dichosamente los encargos de mi oficio de soldado. Ya en Colombia no hay españoles, y ya he cumplido, por consiguiente, más allá de mis esperanzas, la obra inestimable de la paz. Yo me debo a mí mismo la separación de los negocios públicos, porque habiendo encanecido en el servicio de la patria, debo dedicar el último tercio de mi vida a mi gloria y a mi reposo. No me creo capaz, ni quiero creerme con los medios suficientes de llevar adelante administración alguna. Mi arenga al último congreso [6] ha descubierto hasta el fondo de mi corazón. Me he sometido al servicio militar porque era necesario vencer o morir; pero para mandar no hay tal conflicto, porque hasta la deserción misma es un rasgo de heroísmo. Yo no sé si el reposo que tanto anhelo me sea tan necesario; pero puedo asegurar que mis sentidos me piden descanso, y que cierto intervalo puede volverme la actividad que empieza a faltarme. Puede ser que cuando vuelva a la clase de Simón Bolívar, quiera desear de nuevo la presidencia. Siquiera se me debe conceder este capricho en recompensa de mis servicios. Nada se debe temer por mi separación del gobierno, porque mi persona siempre estará pronta a cuanto se me exija en el peligro de la patria.
Diego [7] no escribe porque tiene una ligera indisposición; pueden Vds. decirle a su madre que se ha portado como siempre, y que puede estar cierta de que será el honor de su casa.
Mis queridos amigos, reciban Vds. el corazón de
SIMÓN BOLÍVAR.
* De un impreso moderno: Blanco, José Félix, y Azpurúa, Ramón, eds., “Documentos para la historia de la vida pública del Libertador de Colombia, Perú y Bolivia, publicados por disposición del General Guzmán Blanco... puestos por orden cronológico, y con adiciones y notas que la ilustran” (14 vols., Caracas, 1875-1877), tomo VIII, pág. 429. La Comisión Editora no ha tenido a la vista el original. Sobre los destinatarios, Francisco Rodríguez del Toro, Marqués del Toro, y Fernando Rodríguez del Toro, su hermano, véanse las notas 1 y 2 de los docs. Nos. 22 y 88. Bolívar escribía esta carta desde Quito, la actual capital del Ecuador, libertada el 25 de mayo anterior por el ejército republicano al mando del General Antonio José de Sucre a consecuencia de la batalla de Pichincha, dada el 24 en las laderas del volcán de aquel nombre, que domina la ciudad. El Libertador, procedente del norte, había entrado en Quito el 16 de junio.